Otrora pilar del derecho internacional, la noción de soberanía enfrenta reinterpretaciones crecientemente flexibles, en sintonía con los intereses del más poderoso. Hoy, es menos un derecho inherente y más una capacidad de defensa o una concesión de los actores globales.
En Medio Oriente, Israel desafía la soberanía con impunidad. La expansión de asentamientos en Cisjordania se burla del derecho internacional, al igual que la reciente anexión de partes de los Altos del Golán, un territorio sirio estratégico. Aprovechando el caos en Siria, el Estado judío asegura su control en áreas clave sin mayores consecuencias internacionales. En vigencia la política de hechos consumados.
Simultáneamente, potencias como Rusia y China moldean la soberanía a su favor. Rusia, mediante la invasión a Ucrania; y China, consolidando su control en el Mar de China Meridional pese a las protestas de Filipinas. Redefinición de territorios y fronteras según las necesidades estratégicas.
Miremos hacia acá. En Occidente, declaraciones como las del presidente Donald Trump sobre el Canal de Panamá o Groenlandia y Canadá borran dudas de que el expansionismo sigue presente en las grandes potencias.
En América Latina, la reelección de Nicolás Maduro en Venezuela, señalada por la oposición y varios observadores como fraudulenta, evidencia cómo la soberanía es invocada para justificar abusos de poder. Mientras muchos países condenan las irregularidades, México se escuda en su doctrina de no intervención, reconociendo los resultados y enviando representantes oficiales a la toma de posesión. Aunque coherente con su política exterior histórica, este enfoque puede interpretarse como permisividad hacia regímenes autoritarios.
La soberanía ha devenido un concepto maleable, sujeto a las dinámicas de poder. La fragilidad del orden internacional basado en reglas es, definitivamente, evidente. Lección obvia.