La democracia de Estados Unidos no se instaló como sistema de gobierno de un día para otro, ni existió uniformidad entre los que la iniciaron. Por el contrario, se desconocían sus principios rectores, sus propios padres fundadores -muchos de los cuales eran simples soldados del proceso independentista, con escasa formación- no pregonaron sus valores, fundamentalmente porque la desconocían, y para llegar a ella hubo que superar numerosos obstáculos insertados vivamente en la mente y en los ejercicios políticos de sus líderes, entre ellos el racismo, la esclavitud, el irrespeto a las minorías, la falta de consenso y un acendrado espíritu autoritario.
El primer presidente estadounidense, George Washington, fue el comandante en jefe en la guerra de Independencia de las llamadas fuerzas revolucionarias reunidas bajo el nombre de Ejército Continental, que primero estuvo aliado al imperio británico y luego lo enfrentó, venciendo su poder militar, como gran estratega, en Boston, New York y New Jersey, y sobre todo en dos célebres batallas, explicadas en varios libros y llevadas al cine, las libradas contra los dos ejércitos británicos en Saratoga y Yorktown.
Washington, que era un hacendado rico, presidiría luego de la guerra la Convención de Filadelfia, donde se aprobó la Constitución de los Estados Unidos de América y no hay dudas de que por este gran liderazgo fue electo presidente de la nueva nación por el Colegio Electoral en dos ocasiones y de forma unánime. Persona sencilla, sin formación cultural ni profesional alguna, militar más que político, nunca buscó la presidencia y prefería permanecer en sus plantaciones agrícolas. Sin embargo, fue quien dejó asentadas las más relevantes premisas que todavía forman parte del ideario nacional norteamericano, entre las cuales figuran: la permanencia en el poder por solo ocho años máximo, la creación del banco nacional, el sostenimiento de un sistema fiscal que sigue siendo efectivo, la transición pacífica de los gobernantes electos, la pulcritud en el manejo de los fondos públicos con severas medidas contra los que violentaran la disposición, el establecimiento del derecho a escuchar siempre la opinión de la mayoría, la creación de las instituciones judiciales, la protección de las libertades individuales, el desarrollo de las instituciones establecidas en la nueva constitución, y que nunca se pusieran en práctica las pompas, títulos, honores y símbolos de las cortes reales europeas. Luchó para que Estados Unidos no se implicara en los problemas de otras naciones, pero este es un aspecto que no cumplieron quienes le sucedieron en el cargo. Tuvo un solo punto negro: no realizó esfuerzos para eliminar la esclavitud, un sistema que estaba entonces muy arraigado en la sociedad y que costaría años de lucha intensa para erradicar en un país dividido, cuya integración, estado por estado, fue obra de paciencia y convencimiento gradual.
Para esos años de fundación existían dos partidos políticos en Estados Unidos: el Federalista y el Demócrata-Republicano. Washington era federalista, aunque nunca fue militante ni dirigente de ese partido. Lo fundaron Alexander Hamilton y John Adams, dos de los padres fundadores que, aunque propugnaban por la modernización, la centralización del poder federal contra la virtual independencia de los estados, y el nacionalismo, mostraban empero un empeño creciente en unirse de nuevo a los británicos en oposición a la revolución francesa. El Partido Demócrata-Republicano, contrario a los federalistas, favorecía la revolución francesa, era antibritánico y pregonaba el liberalismo, la libertad individual, la igualdad de derechos, el libre mercado y el republicanismo. Fue fundado por Thomas Jefferson y James Madison, ambos también padres fundadores. El Federalista fue extinguiéndose y el Demócrata-Republicano comenzó tempranamente a escindirse. De modo que los dos partidos principales de Estados Unidos de nuestros tiempos, tienen un mismo origen.
El Partido Demócrata, fundado por Andrew Jackson, fue originalmente conservador, racista y de carácter populista. El Partido Republicano, que fue antes el Partido Whig, era antiesclavista, abolicionista, promovía la protección del Estado a industriales y comerciantes, y abogaba por un programa de infraestructura que abarcara carreteras, edificaciones, puentes, logrando atraer a simpatizantes demócratas. De modo que, en sus orígenes, entendido en la nomenclatura de hoy, el Partido Demócrata sería de derecha, y el Republicano, de izquierda, tomando en cuenta que este último tenía una línea de filosofía política progresista y liberal. Abraham Lincoln, el hombre que abolió la esclavitud, era republicano, y al ver que pasaban los años y no completaba su propósito se vio obligado a aceptar la sugerencia de legisladores de su partido para sobornar a los demócratas y conseguir la mayoría necesaria para la decimotercera enmienda y la proclamación de la emancipación el 1 de enero de 1863. Cuando sonaron las campanas al momento de aprobarse la liberación de los esclavos, el congresista de Pensilvania, Thaddeus Stevens, que pertenecía al ala radical de los republicanos y quien estaba clandestinamente emparejado con una negra, exclamó: “Hoy se ha producido, con medida fraudulenta, el acontecimiento más importante de la historia de Estados Unidos, obra del hombre más puro que ha dado nuestra nación”.
Para que tengamos una idea del rol de los demócratas en la configuración del derechismo norteamericano, las dos intervenciones de marines a República Dominicana fueron ordenadas por presidentes del Partido Demócrata: Woodrow Wilson, en 1916, y Lyndon B. Johnson, en 1965.
El sustituto de Washington fue su vicepresidente John Adams, que fue el cofundador y líder principal del Partido Federalista. Lo fue solo por cuatro años, de 1797 a 1801. Cuando intentó reelegirse, Thomas Jefferson, del Partido Demócrata-Republicano, lo venció en las urnas. Pero, y aquí viene lo que deseo demostrar, para entonces -apenas en los inicios de Estados Unidos como nación libre- no era usual entregar el poder a un opositor. Como lo explican Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, “en 1800 la norma de aceptar la derrota y traspasar poderes a un oponente todavía no estaba consolidada. El propio hecho de que existiera un partido opositor estaba contemplado como algo ilegítimo. Para algunos políticos, incluyendo a muchos de los fundadores (y Adams y Jefferson los eran), era equivalente a la sedición e incluso a la traición…Entregar los poderes a otro partido era entendido como un salto a lo desconocido”. La de Adams con Jefferson era la primera transición democrática de Estados Unidos y este acontecimiento resultaba difícil pues lo que prevalecía en esos tiempos fundadores era el autoritarismo y la negación de derechos. Era pues, la primera lucha entre partidos, los dos primeros de la nación norteamericana: los federalistas y los demócratas-republicanos. Estos últimos llamaban a los federalistas “monócratas”, pues entendían que tenían fibras monárquicas y encubrían su aspiración de restaurar la autoridad británica.
La batalla política entre federalistas y demócratas-republicanos llegó a tal nivel que, ante las revueltas de esclavos en el Sur, los federalistas atacaron diciendo que las mismas estaban inspiradas en la revolución francesa, incluso en la revolución haitiana. Los federalistas hicieron todo lo que estuvo a su alcance para impedir el ascenso de Jefferson a la presidencia, legislando para tener derecho a perseguir a los demócratas-republicanos y a los editores de periódicos que se les opusieran y realizando esfuerzos para reformar la Constitución. Al primer partido fundado en Estados Unidos le era sumamente complicado aceptar la derrota y traspasar el poder. Jefferson y sus partidarios llegaron a plantearse “la resistencia a través de la fuerza”, lo que significaba una guerra civil. Cuando una y otra vez se pedía votar a los dieciséis delegados que existían entonces en el Colegio Electoral, siempre Jefferson obtenía la mayoría, pero faltaba un solo voto para terminar el conflicto. Y ese voto vino de parte de un congresista federalista, James Bayard, de Delaware, quien fue considerado traidor y desertor, pero gracias a quien se logró el primer traspaso de poder en Estados Unidos, se estabilizó el sistema constitucional y comenzó el camino de la democracia norteamericana. Bayard defendió su voto diciendo que existía un “inclemente odio hacia Jefferson” y que había que dar un paso en firme por la vigencia de la Constitución y para evitar la guerra civil porque sus compañeros “estaban dispuestos a llegar a los extremos más desesperados”. Un soborno produjo la abolición de la esclavitud y un voto opositor echó a andar la democracia americana. Estados Unidos tuvo que aprender a vivir en democracia venciendo artimañas y desmanes de sus propios padres fundadores. Aquellos vientos provocaron las convulsiones y recambios que han ocurrido históricamente en Estados Unidos y han generado las extrañezas y confusiones de las elecciones recientes allí.
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LA DICTADURA DE LA MINORÍA
Steven Levitsky et al. Ariel, 2024, 394 págs. Cómo revertir la deriva autoritaria y forjar una democracia para todos.
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HISTORIA MÍNIMA DE ESTADOS UNIDOS
Erika Pani, Turner, 2016, 271 págs. El pasado, el presente y el futuro de un país que empezó como pequeñas colonias británicas y llegó a ser la potencia hegemónica del mundo.
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LA TRADICIÓN POLÍTICA NORTEAMERICANA
Richard Hofstadter, FCE, México, 1984, 373 págs. Los hombres que crearon a Estados Unidos. Análisis a fondo de personajes, ideas y tradiciones políticas.
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LINCOLN
Carl Sandburg, Hachette, BA, 1972, 588 págs. “Y llegó la noche con honda quietud. Y hubo paz. Los años de la pradera, los años de la guerra, habían pasado”.
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CASI UN PUEBLO ELEGIDO
Walter Nicgorski et al. Ediciones Las Paralelas, BA, 1978, 206 págs. El desafío moral americano. La idea de igualdad, la literatura norteamericana, la ciencia y el crecimiento, los fundamentos de la nación.