Quince años atrás, publiqué en Diario Libre la columna Un vapor de sueños, dedicada a resaltar el valor icónico de la Casa Vapor, un símbolo distintivo único de la arquitectura moderna dominicana que singulariza a la ciudad de Santo Domingo en toda la región del Caribe. Levantada desafiante como residencia en 1936 por su diseñador y propietario, el arquitecto Henri Gazón Bona. Cinco años más tarde, en Arquitectos de la T, destaqué la contribución meritoria de un grupo de profesionales que construyeron edificaciones que han perfilado el carácter de nuestras principales ciudades, incluyendo la franja limítrofe que nos decanta diferenciadora de nuestros vecinos del oeste.
A la luz de un proyecto de ampliación de las oficinas del Palacio Nacional que contempla la intervención de este singular inmueble, conviene consignar y notificar su alto valor patrimonial y la innegable atracción que representaría su preservación e inclusión en la oferta turística que el MITUR presenta a los 10 millones de visitantes que nos llegan. Justo ahora cuando se busca agregar valor cultural a la marca país junto al clásico portafolio de sol y playas.
El arquitecto ingeniero Henry Gazón Bona, egresado de la Ecole des Beaux Arts de París especializado en hormigón armado, construyó la Casa Vapor, llamada Vitalicio y rebautizada Victoria, en la frontera de Gascue, San Juan Bosco y San Carlos, en la intersección de la avenida Francia y la Dr. Delgado. «Con su proa al oriente, la rara nave oteaba el horizonte», escribió el genial caricaturista editor de Cosmopolita Bienvenido Gimbernard. Al glosar esta curiosa pieza salida del laboratorio creativo de quien fuera hasta su caída a mediados de los 50, artífice de importantes obras oficiales.
Tal el imponente local del Partido Dominicano en el Malecón, sede en democracia del Conservatorio Nacional de Música que dirigiera el inmenso Manuel Rueda, la Secretaría de Turismo y el Ministerio de Cultura -un diseño replicado con ajustes en cabeceras de provincias. El vanguardista Mercado Modelo de la avenida Mella, en colaboración con el Ing. Moncito Báez. El depurado Matadero Industrial, elogiado por sus líneas por el famoso arquitecto alemán Richard Neutra.
San Cristóbal le debe a Gazón, entre otras construcciones, el hotel, el parque, el formidable complejo de edificaciones del Instituto Politécnico Loyola, del que han egresado múltiples secretarios de Agricultura y el presidente Hipólito Mejía. Asimismo, figuran la catedral Nuestra Señora de la Consolación y la desventurada Casa del Cerro (hoy sede de la Escuela Penitenciaria), levantada como obsequio a Trujillo del Partido Dominicano. Iniciativa de don Virgilio Álvarez Pina, quien cayera en desgracia debido a intrigas de aposento del régimen. En todas estas obras el pintor burgalés José Vela Zanetti plasmó su huella fecunda en murales evocativos de la historia y la cultura dominicanas, concediéndoles especial valor agregado.
Hasta San Juan de la Maguana llegó el talento arquitectónico de Gazón Bona, asistido por Margot Taulé, para concretar el proyecto del Hotel Maguana, inaugurado en 1948, de hermoso estilo modernista y funcional, ponderado por el embajador de Estados Unidos Ralph Ackerman. En los pueblos que conforman la frontera con Haití, la mano laboriosa del domínico-galo erigió una verdadera barrera de fortificaciones militares y policiales, edificios de servicios públicos, parques de recreo comunitario, señas inequívocas de una dominicanidad en alerta para garantizar su identidad.
Internándonos al centro vibrante y progresista de la región del Cibao, en la ciudad corazón de Santiago de los Caballeros que cantara el bardo Juan Lockward, escenario de heroicas batallas por nuestra soberanía, se levanta majestuoso en una colina emblemática el Monumento a la Paz de Trujillo, hoy justamente designado Monumento a los Héroes de la Restauración. Diseñado por Henri Gazón Bona con la presencia resaltante de 20 murales fraguados por Vela Zanetti. Orgullo legítimo de los lugareños y de toda la nación agradecida, exaltado por el genial caricaturista José Mercader en las páginas de El Caribe. Motivo de pedagógicas visitas guiadas bajo la conducción del laureado historiador Edwin Espinal Hernández.
En el perímetro del Monumento, subido en una colina a un costado, aparece la silueta irrevocable de Hotel Matum, otro aporte del talento hacedor de Gazón Bona y su asistente Taulé, con ingeniería de Bolívar Patín Veloz. Allí el célebre banquete al licenciado Federico Carlos Álvarez de 1955 donde no se exaltó al Generalísimo. Allí, 10 años después, el intento de segar la vida del mando constitucionalista por las tropas militares conservadoras. Morada de la Boite Montecarlo de románticos recuerdos cuando La Tabacalera reinaba.
Nuestro arquitecto debió abandonar su hábitat marino a mediados de los 50 rumbo al exilio en New York, en desgracia por el affaire de la Casa del Cerro, devorada por la comidilla alcahuete del Foro Público y el coro de cotorrones del régimen. Su padre George Louis, constructor galo codueño del Hotel Francés de Mercedes y Meriño, lotificó en los años 20 terrenos que bordean la Ave Francia y llegan hasta la Galván. Su madre Marie Bona, administraba con destreza el reputado hotel familiar. El hijo educado en Francia e Inglaterra levantó un conjunto de obras propias en el sector que marcan claramente su estética.
La sin igual Casa Vapor que mira con su proa hacia el Este, enclavada sobre un farallón, navega sobre olas ondulantes que forman la cerca de la marquesina. Residencia compartida con Evangelina Cabral Pellerano y su descendencia: Henri, magistral entrenador de tenis y relacionador público, y las mellizas Jocelyn y Marcelle. Frente a ese barco se situaba la muchachada del barrio simplemente a soñar. Contiguo el taller oficina que ocuparían los arquitectos e ingenieros Reid Cabral, a pasos de la Reid & Pellerano. Sobre la Galván un edificio residencial de concreto, vivienda habitada por los Schotborgh Nadal. En la Casa Vapor se reunió en 1939 el Comité Pro-Asociación de Ingenieros y Arquitectos que nucleó a lo más granado de la profesión, según nos cuenta Cuquito Moré en su fascinante Arquitectura Dominicana 1492-2008.
En el vecindario que alcancé en los 50 del siglo pasado aposentaban el ingeniero Tancredo Aybar Castellanos (presidente dos veces del Licey) y su esposa, en la residencia que fuera de Silvestre Aybar y Núñez de Cáceres. A una cuadra, en la Francia, vivía su hermano, el paternal don José Andrés, líder de la patriótica Unión Cívica Nacional y presidente de la Comisión Nacional de Desarrollo, padre de Silvestre, Ana Josefa y José Andrés, quien solía aconsejarnos. Al frente de la Casa, don Pupo Cordero, dueño de la HIG, padre de Mac y Jesús. Los D’Alessandro Tavares, a la cabeza el ingeniero italiano Guido D’Alessandro Lombardi (responsable de la obra del Palacio Nacional) y Carmen Tavares Mayer, hermana de Manolo Tavares Justo e hija de Isabel Mayer.
Sus hijos Armando, Guido (Yuyo), Niní, Aldo (asesinado por la dictadura), Alfredo, Eda, habitaron un hogar amable siempre abierto al barrio, sin distinción de clase, entre cuyas paredes se fraguó la idea del movimiento clandestino 14 de Junio, pese al parentesco de Yuyo con Ramfis. Armando administró Favidrio fundada por su padre y la Pepsi. Yuyo fue dirigente destacado del Partido Social Cristiano a su regreso del exilio, aplicándose en los negocios y la diplomacia.
Avecindados, el almacenista José Manuel Bello Cámpora, el consagrado abogado Juan Manuel Pellerano, de la firma Pellerano, del Castillo & Herrera. Los Catrain Bonilla, cuyos hijos Francisco, Pedro y Salvador fueron mis compañeros en La Salle. Esquinando la Galván, Mario Medina, de Induban, casado con hermana del abogado almacenista Carlos Bairán, y sus hijos Marito, Juan y hermanas. Don Mariano Defilló -de la Cervecería Nacional Dominicana- y doña Celeste Ricart, padres de Marianito, cardiólogo y Damaris, publicista. El filósofo, catedrático y pianista Tongo Sánchez. El Dr. Ernesto Suncar Méndez. La Cruz Roja dirigida por el Dr. Saladín Vélez con su corbatica de lacito. El coronel Charles McLaughlin y al lado su apreciada hija Alma, en la Dr. Delgado, paciente consorte de Héctor B. Trujillo. El mayor Veras Fernández, ex jefe de la PN, padre de Horacito.
En su último destino, la Casa Vapor fue convertida en bar fabuloso en la segunda planta y en restaurante de marisquería en la primera, adjunta a un anexo que operó como hotel de ensueños pasajeros. Asistí tantas veces pude a este maravilloso hábitat marino para saciar mi curiosidad y escarbar en los meandros de la memoria infantil y adolescente, recreando de paso viejos amores y enhebrando nuevos lazos. Me asomé a sus claraboyas buscando en lontananza los pasos perdidos en el paisaje del barrio.
Admiré sus peceras que llevaban el fondo marino a la barriga de este barco de ilusiones. Me auxilié de sus instrumentos de navegación para orientar el rumbo de la nave del olvido y rescatar los tesoros del recuerdo. Intimé con la obra en madera de caoba lustrada, probablemente de Pascual Palacios, resbalando mis manos por su balaustrada, sus enchapados relucientes y la cálida acogida del mesón de su bar.
Me enseñoree en la proa de esta nave imaginaria fraguada en concreto, recorriendo su superficie al descubierto, a babor y estribor conforme la línea de crujía, hasta alcanzar la popa. No era el Titanic ni el Queen Elizabeth eternizado en sus travesías y tragedia por la magia del cinematógrafo. Ni mucho menos el Yate Angelita que engolfó las veleidades hedonísticas de Ramfis y su cofradía, hoy devuelto al recreo de crucero bajo el nombre de Sea Cloud. Era simplemente mi barco terrestre, inmóvil, enclavado en el corazón de la melancolía más recóndita. Proyectando su estandarte, desplegando su señorío en el promontorio rocoso de la avenida Francia y Dr. Delgado, casi desafiante ante el simbolismo de poder cupular del Palacio Nacional.
Hoy, este símbolo evocable de la ciudad moderna debe preservarse como un blasón resurgente de nuestra condición insular y caribeña. La Casa Vapor debe permanecer a flote en una urbe que se resiste a abandonar sus sueños.