En su Apología para la historia o el oficio del historiador (1996), Marc Bloch, el célebre historiador francés fundador de la escuela de Annales, y a quien los nazis ejecutaron en 1944 por su activa militancia en la resistencia francesa, afirmó que la meta del análisis histórico es “comprender y no juzgar”. Comprender, subrayó, no es una actividad pasiva, sino más bien un proceso epistemológico que tras seleccionar, depurar, ordenar y clasificar racionalmente las fuentes o evidencias empíricas de que dispone para reconstruir parte del pasado, le permitirá configurar una explicación objetiva de los acontecimientos y personajes objeto de estudio.
A través de una explicación histórica objetiva quien estudie el devenir de los acontecimientos podrá aprehenderlos en su contexto. No basta con solo describir los hechos intentando, a la manera de Ranke, una reconstrucción del pasado “tal y como sucedió”, porque esa meta es de difícil materialización dado a que el pasado, por definición, no existe, es inasible y, lo más importante, es irrepetible.
A lo más que puede aspirar el historiador, con ayuda de diversas fuentes, es a reconstruir parte o gran parte de lo que ya sucedió y no existe con el fin de que las generaciones del presente y del porvenir conozcan y comprendan los sucesos que les han antecedido y las causas por las cuales determinado personaje actuó como lo hizo.
“Entender el pasado, ha escrito Frank Moya Pons, es comprenderlo en su acontecer y en su fluir, pero como de él quedan apenas restos dispersos el historiador debe estar consciente de que solo puede aspirar a una reconstrucción parcial del pasado tratando de que esa reconstrucción refleje la vida de la colectividad que estudia de la manera más aproximada que le sea posible” (La explicación histórica, 2021).
Se ha dicho que la función de la historia “es la de estimular una más profunda comprensión del pasado como del presente, por su comparación recíproca” (E. H. Carr, ¿Qué es la historia?, 1981). Ahora bien, comprender y explicar el pasado, para conocerlo, es diferente de creer en lo que se describe, si la representación del pasado no está sustentada sobre fuentes confiables y objetivas, pues de lo contrario entraríamos en la esfera de la ideología. En este sentido, un dictamen de Marc Bloch, refiriéndose a la muerte y resurrección de Cristo, es bastante ilustrativo: “La cuestión no es saber si Jesús fue crucificado y después resucitó. Lo que ahora hay que entender es por qué tantos hombres a nuestro alrededor creen en la Crucifixión y en la Resurrección”.
Cuanto antecede nos conduce a otra categoría conceptual no menos importante para el conocimiento histórico. Me refiero a lo que Pierre Vilar llamó “pensar históricamente”, que no es otra cosa que el análisis crítico y reflexivo del pasado a fin de conocer no solo lo que sucedió, sino, lo que es más importante, por qué ocurrió tal hecho histórico, cuál fue su impacto en el colectivo y la manera como lo asimiló e internalizó la mentalidad de la época.
Antes de concluir, reitero lo dicho al principio: en el proceso de búsqueda la verdad, el historiador tiene el deber de comprender y no juzgar. Además, en su representación del hecho histórico, el historiador debe proponerse ser imparcial porque ciertamente, como ha dicho David Lowenthal, el pasado es un país extraño.