A Garry Conille lo sacaron a las malas como primer ministro de Haití. Con él se irán también la canciller Dominique Dupuy y otros funcionarios que se apegaron a su agenda de trabajo, que buscaba tratar de cambiar las cosas.
Conille, apadrinado por los Estados Unidos y los organismos internacionales, se creyó por un tiempo poder ser capaz de conseguir lo que ha sido imposible: volver la funcionalidad a un país que roza en la anarquía. La realidad, sin embargo, ha sido más poderosa e implacable, y los viejos actores haitianos han retomado la ofensiva para que se haga exactamente lo que ellos quieren y lo que les conviene, nada más.
Desde que Leslie Voltaire tomó la dirección del Consejo Presidencial Transitorio (CPT) se propuso cortar la cabeza de Conille, usando excusas de reuniones de las que supuestamente fue excluido, pero la realidad es que su reacción va dirigida a proteger a Smith Augustin, Emmanuel Vertilaire y Louis Gérald Gilles, señalados por sobornos por el equipo del saliente primer ministro y quienes descaradamente firmaron el decreto de expulsión. Pero ese proceder no es de extrañar en Haití. La gestión de Conille duró cinco meses y, a pesar de que intentó empujar a todo vapor una transformación y dotar de legitimidad a la presencia de fuerzas de seguridad externas para luchar contra la violencia de las pandillas, lo cierto es que su gestión dependía demasiado de Washington y allí los vientos han cambiado en otra dirección.
No tenga dudas de que Conille ha sido la primera víctima indirecta del triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos, no porque el mandatario electo lo haya pedido, sino porque la poderosa oligarquía haitiana, astuta como ninguna, ordenó a sus compinches en el CPT a aprovechar la coyuntura de debilidad en el gobierno demócrata estadounidense para darle un disparo en el pecho al primer ministro.
Y es que Haití no se deja ayudar. Ese CPT no es un órgano confiable, más bien es la extensión de los problemas políticos y estructurales que tiene el país. Llamar a “trabajar juntos” a los sectores, como hizo ayer el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, es una mofa. Haití requiere de soluciones más extremas, porque a las buenas, nada pasa.