La informalidad y el subdesarrollo van de la mano. Pero tal vez por razones distintas a las que suponemos. Asociamos la pobreza con la informalidad, pero ¿es la causante?
Fue Hernando de Soto quien primero investigó en Perú (1979) la naturaleza de las empresas informales descubriendo que su tamaño representaba un 27 % adicional al PIB registrado, y de este PIB aumentado un 44 % era informal.
Aunque considerados como competencia desleal por los empresarios formales, los informales adolecían de falta de titularidad. Esto resultaba en niveles muy inferiores de inversión por la falta de seguridad. También se estilaba el empleo familiar, no por solidaridad, sino porque la imposibilidad de formalizar contratos reducía la cantidad de especialistas con las cuales podían concertar acuerdos. Sin contratos, tampoco podían convenir suministros ni obtener capital a largo plazo, limitando sus posibilidades de alcanzar economías de escala, condenándolos a ser siempre empresas pequeñas.
El principal escollo resultó ser la permisología legal. Y mientras caía el empleo formal, los informales pagaban entre el peso de la inflación, la devaluación y las coimas más que los formales en impuestos al Estado.
La conclusión era que faltaban buenas leyes y mejores instituciones legales que fomentaran una verdadera economía de mercado. Para De Soto, el Perú de los años ochenta era más parecido a una economía mercantilista cuyas leyes restrictivas beneficiaban solo al Estado y a una clase comercial.
Hoy día, la Organización Internacional del Trabajo observa una tasa de informalidad laboral, efecto espejo de la informalidad empresarial, que oscila entre 23.9 % en Uruguay y 84.9 % en Bolivia. Rep. Dominicana se encuentra en la media de 15 países latinoamericanos con 54.3 % (58 % según la Encuesta de Fuerza de Trabajo, 2024).
Cotejando estas observaciones con los niveles de evasión encontramos que la alta informalidad (68 % promedio para Bolivia, Guatemala, El Salvador, Paraguay, Perú, Ecuador Colombia y México) se asocia con bajos niveles de tributación, 18.5 % de ingresos tributarios/PIB; mientras la baja informalidad (41.3% en promedio para R. Dom., Panamá, Argentina, Brasil, Costa Rica, Chile y Uruguay) se asocia con una mayor tasa promedio de tributación/PIB del 23.2 %.
Dado que las estimaciones oficiales de evasión del Impuesto sobre la Renta son del 57 % y del ITBIS es 44 %, y dado que el Ministro de Hacienda mismo contrastó a R.D. con Uruguay con una mayor tasa del IVA y menos evasión argumentando que la evasión “no necesariamente es un tema de la tasa de impuesto, si no, un tema de control de la autoridad y régimen de consecuencias de lo que evaden impuestos” se pregunta uno porque pensamos primero en aumentar las tasas de impuestos en lugar adecuar las leyes e instituciones disfuncionales que promueven la informalidad que resulta en la evasión, llevándose de plano a la sana y correcta competencia propia del capitalismo.
Si la formalización fomenta la inversión, y la inversión genera crecimiento, a la que deberíamos aspirar como piedra angular de nuestra economía de mercado es a la formalización funcional, no forzada ni orientada hacia la tributación, sino facilitadora de los negocios. Sin ella, todo esfuerzo fiscalizador tenderá a crear mayores distorsiones.