Resulta que sénior viene del latín senex (viejo, anciano). De acuerdo a la RAE se escribe con acento, aunque la utilizamos como si habláramos inglés y le damos una connotación más suave. Ni tan viejos son… pero sí más respetables.
Latín o inglés… es perfecta para nombrar a los que otros se empeñan en llamar adultos mayores, una formación del neolenguaje más pesadito. (¡Como si hubiera adultos menores!)
A propósito de la tarifa de la licencia de manejar de los seniors, un lector apunta a otra discriminación lacerante: la de los seguros médicos.
Llegados a una cierta edad, el asegurado se encuentra con que los seguros médicos privados aumentan la tarifa exorbitantemente y disminuyen la cobertura hasta límites que arriesgan la salud del cotizante. Cuando más lo necesitan, menos les protegen. Cuando ya muchos no trabajan, más tienen que pagar.
Aprobada la reforma constitucional, retirada la fiscal y en el limbo la del código laboral, toca hablar de la reforma de la ley de Seguridad Social, a ver si en esta acertamos. Reforma no solo de las pensiones, también de la de la cobertura sanitaria privada.
El edadismo tiene muchas caras. Infantilizar a los mayores y presuponerlos menos capaces es una. Expulsarlos del mercado laboral después de los 40 es otra. Pero desprotegerlos aprovechando su menor incidencia en la vida diaria es indigno. Cobrarles más no es una cuestión de mercado. Es una maldad.
El nivel desarrollo de una sociedad puede leerse en cómo trata a sus seniors: rebajas en las tarifas de trasporte, en las entradas a las actividades culturales, descuentos en tiendas, cobertura de vacunas gratis…
Aquí, como mucho, tiramos de la caridad para crear fundaciones que ayuden a los “adultos mayores” en indigencia. (Hacen una labor, claro, y además desgravan.)