Las anécdotas de los gobernantes, ya lo dijimos hace poco, abundan en todas partes del mundo y reciben buena acogida, especialmente si provienen de testigos directos.
Cuando hace diez años preparaba la biografía titulada “Héctor Mateo: inmortal de la cardiología”, este renombrado médico, ya fallecido, me contó que el dictador Rafael L. Trujillo Molina acostumbraba a recetar medicamentos a los trabajadores de su hacienda Fundación.
Por esa época, entre 1953 y 1961, Mateo se desempeñaba como jefe del Servicio de Cardiología del hospital Juan Pablo Pina, de San Cristóbal, ciudad rodeada por la finca kilométrica del hombre fuerte dominicano.
Mateo me comentó que, con frecuencia, algunos de los trabajadores de la hacienda que iban al hospital le preguntaban, en la intimidad de la consulta, si podían tomar pastillas que le había recomendado el Jefe, quien, según distintos autores, gustaba presentarse como entendido en medicina.
“Desde luego que yo les daba mi aprobación”, confesó Mateo, dejando claro que por razones de seguridad personal daba esa respuesta sobre las recetas de Trujillo, quien se mantenía al día de las noticias sobre los avances médicos. Y rememoró: “en una ocasión Trujillo publicó un aviso en el periódico, haciendo constar que tenía una oficina especial en el palacio de gobierno para orientar a las personas que solicitaban ir al exterior por razones de salud”.
Hace diez años César Medina produjo en el Listín Diario algunas historias cortas sobre Joaquín Balaguer y anunció: «Las cosas que vengo escribiendo de Balaguer forman parte de una compilación histórica que publicaré en un libro titulado El Presidente Ciego y que saldrá este mismo año con edición en España».
Medina, mi buen amigo, informó que sería un libro anecdótico, pero falleció en septiembre del 2018 sin publicarlo, ignorándose si logró terminarlo y si se piensa lanzarlo a la luz pública.
Juan Manuel García, periodista de buen ejercicio, alejado de los medios en los últimos años, tiene en fase final un voluminoso libro que titulará El cadáver de la democracia. Le cuestionamos sobre el contenido y explicó: “Mi libro es un trabajo de crónica analítica sobre el proceso democrático que hemos testificado desde que Rafael Trujillo fue asesinado, hasta la fecha de disolución del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), el cual tiene como protagonista fundamental a Juan Bosch, con énfasis en las características de la personalidad singular de este cuentista-político”. Habla de disolución refiriéndose a la etapa de Leonel Fernández.
Percibimos, a la distancia, que en el fondo será un libro crítico a Bosch, ya que García observó: “Hay numerosas anécdotas y referencias a la vida de Bosch y su familia, desde su salida del país por circunstancias de su vida que no tenían nada que ver con el antitrujillismo”. La obra todavía tardará un tiempo en aparecer.
El ejercicio del periodismo por largo tiempo y en diferentes escenarios permite acumular un mundo de anécdotas de mayor o menor importancia.
A finales de 1965 comencé a ser corresponsal del diario El Caribe en San Cristóbal. En 1968 fui llamado a la Redacción del periódico en la Capital para actuar como reportero.
Un domingo en la mañana, creo que en 1969, -acompañado de los corresponsales Temístocles Metz, de El Caribe, y José A. Tejeda, del Listín Diario- estuve en Pizarrete, Baní, donde Balaguer inauguraba una escuela. El anillo de seguridad ya nos conocía y permitía acceder a varios metros de la mesa presidencial.
Al final, cuando Balaguer aceptaba preguntas de periodistas y reclamos y peticiones directas de los dirigentes políticos y comunitarios, se acercó a él Viterbo Alvarez Corporán (Pechito), figura conocidísima en San Cristóbal, agente del SIM en las postrimerías del régimen de Trujillo.
Pedía al Presidente trabajo en el gobierno alegando, con razón, que era simpatizante suyo y se había sumado activamente a la campaña para llevarlo al poder. Balaguer, de buen tono, audible a los que estábamos cerca, le dijo: Viterbo, lo que pasa es que tú estás subjúdice. (Había sido involucrado en el caso de las hermanas Mirabal y fue libertado bajo fianza antes de 1965 sin todavía haber culminado formalmente el proceso).
Ante la insistencia de Pechito -apodo que adquirió de muchacho- Balaguer llamó a su jefe de seguridad, mayor general Santos Mélido Marte Pichardo, quien vestía de civil, y le dijo: Mélido, mira a Viterbo. Ponle algo por abajo”.
Fue la primera vez que escuché la expresión “poner algo por abajo”, que todo el mundo sabe lo que significa en el ambiente político y nos impresionó escucharla de viva voz del parco gobernante.