La Organización de las Naciones Unidas (ONU) atraviesa uno de esos malos periodos, en los cuales su credibilidad anda en condiciones paupérrimas y cuando no pocos en el mundo se cuestionan la utilidad de su continuidad y claman por una reforma profunda en sus estatutos y alcances.
Nacida en 1945, como un mecanismo para que la humanidad no repitiera el horror de otra guerra mundial, la ONU ha sobrevivido a procesos complejos, como la guerra fría, y ha servido para mediar en complejas disputas globales, muchas de las cuales se mantienen en una suerte de limbo, otras que han acabado en conflictos armados, algunas que degeneraron en genocidios y varias que fueron resueltas. El organismo también ha permitido, para bien en la mayoría de los casos, encaminar recursos y consensuar prioridades mediante programas de alimentos, educación, salud, desarrollo, medio ambiente, entre otros. No es perfecta, pero ha hecho lo suyo.
El mayor fracaso de la ONU estriba, desde su formación, en evitar que los países poderosos la usen como su patio trasero y que su Consejo de Seguridad, dominado por las grandes potencias, se centre en resolver las disputas de cuajo, más que en buscar la forma de defender exclusivamente sus intereses. Es por ello que las naciones pequeñas, que son más, quieren que se reforme el consejo y que sea un mecanismo representativo, en el cual países como Estados Unidos, Rusia o China no tengan poder de veto. Como sabemos, esa reforma no ocurrirá, porque, como pasa con todo, el problema no está en la ONU, el problema está en quiénes la componen.
La ONU no es ni de cerca el foro de solución de conflictos que idealmente debe ser, porque fundamentalmente las naciones han decidido no hacer caso a ella cuando sus intereses no son atendidos. Aun así, soy de los que piensan que la ONU todavía sirve de algo y veo su importancia como foro. No me imagino, por ejemplo, a los dirigentes mundiales sin un escenario como la Asamblea General, a la cual acuden a desahogarse libremente, sabiendo que nada pasará al final del día. Tampoco a países funcionar sin la ayuda de la Unicef, la Unesco, la OMS o el PNUD. Así que apostemos a fortalecerla en lo que sirve, porque así gana el mundo.