Repaso mis viejas lecciones de economía antes de que la edad las borre y recuerdo que el Producto Interno Bruto (PIB) es la suma de los valores agregados de todos los bienes y servicios finales producidos en un país durante un período de tiempo. Involucra, pues, a todos los actores, provengan de la industria, la construcción o el turismo. Diversos son los protagonistas y todos cuentan en la solidez económica de un país.
Tengo muy presente la teoría económica del londinense David Ricardo, judío sefardí de origen portugués, clave para entender algunas cosas: un país debe concentrarse en producir los bienes para los que tiene un costo de oportunidad más bajo; es decir, aquellos que puede manufacturar de manera relativamente más eficiente que otros. Son las llamadas ventajas comparativas, aplicables a los servicios, y de ahí el éxito del turismo como uno de los dínamos de nuestro crecimiento económico.
Si de industria hablamos, nos afecta la cojera en innovación y tecnología, capital humano calificado, competitividad, clima de negocios y materias primas, salvo las agrícolas. Para salvar el obstáculo de la pequeñez del mercado, habría que recurrir a las exportaciones. ¿Competir con los gigantes industriales de hoy? Risas.
Aparte de emprendedores memorables y tozudos, la RD cuenta con recursos naturales que le han servido para afianzar su liderazgo regional en turismo. De paso, el eslabonamiento que el turismo impulsa ha servido a la industria local, a la producción agrícola y al desarrollo de la infraestructura, además de generar divisas con que importar insumos industriales que no producimos.
¿Denigrar el desarrollo de un sector de la economía para levantar la bandera del otro? El sol todavía sale para todos.