El que me conoce sabe cómo pienso. Al que no, se lo cuento. Siempre he sido un defensor de los gobiernos progresistas y soy simpatizante de que las cosas se ganen con el apoyo popular y con un ejercicio limpio de la política. Creo en la democracia y en un gobierno que garantice seis pilares esenciales: elecciones libres, salud universal, educación gratuita, seguridad social, seguridad ciudadana y una economía de mercado regulada.
No me caen bien tampoco los lobos disfrazados de ovejas en la política nacional o internacional. Odio la imposición de medidas de presión que acaban dañando a los ciudadanos y afincando a los opresores, como los bloqueos. Detesto que usen la defensa de la democracia como justificación para ocultar los intereses particulares. Y, por encima de todo, rechazo la incompetencia, la hipocresía ideológica y la justificación de lo incorrecto.
Es por ello que me da vergüenza lo que pasa hoy en Cuba, Nicaragua, Venezuela y hasta en Bolivia. Los movimientos que una vez fueron faro para detener las injusticias sociales en América Latina se han convertido en lo que criticaban, en mecanismos de represión. Defendimos esas “revoluciones” a capa y espada, pero para nuestra desgracia nos han hecho quedar mal.
Se han escudado en la realidad innegable de que Estados Unidos no ha variado un ápice en su política de relacionarse con los países sólo en la medida que les conviene a sus políticas. Pero lo cierto es que han dado la espalda a los intereses de la mayoría de sus pueblos y se han convertido en una burguesía de izquierda tan terrible como la que combatieron del otro lado del espectro ideológico.
En Cuba nadie hace caso al “revolución es cambiar lo que debe ser cambiado” de Fidel Castro Ruz. En Nicaragua hay un guerrillero que se ha convertido en un caudillo forzado. En Venezuela hay un títere que no llega a los tobillos de Hugo Chávez. En Bolivia hay otro que quiere retomar el poder, porque nunca ha podido renunciar a él.
En esto estoy con Lula y con Pepe Mujica. Ser de izquierda, repito, nada tiene que ver con ser antidemocrático.