La inesperada experiencia vivida por el entonces presidente, doctor Joaquín Balaguer, a consecuencia del desmayo sufrido por el doctor José Francisco Peña Gómez, el sábado 19 de mayo de 1985, luce haber servido de plataforma para que el octogenario representativo del Partido Reformista se viera compelido a reconocer, en la intimidad con uno de sus más cercanos colaboradores, las vicisitudes, sacrificios y valores humanos y políticos del elocuente y fogoso líder del Partido Revolucionario Dominicano.
De aquel episodio se recuerda que Balaguer no solo fue uno de los primeros en ir a visitarlo a la Clínica Abel González, donde el máximo líder del denominado partido blanco permaneció interno por dos días, motivando que el enigmático mandatario permaneciera en la habitación del referido centro de salud hasta percatarse de que el paciente lograra su reanimación.
Un acreditado testigo de excepción, íntimo allegado al veterano político de la organización del “gallo colorao”, asegura que el gobernante dormitaba al lado del lecho ocupado por Peña Gómez, a quien observaba detenidamente mientras musitaba unas palabras, lo cual le invitaba a suponer que realizaba una oración.
Es en ese instante cuando -según manifiesta el aliado del aludido mandatario- el experimentado ejecutivo de la nación levantó la cabeza y de inmediato resaltó: -“Quise acompañarlo. Lo combato en el campo de la política, pero he llegado a admirarlo como persona. No podía abandonarlo en un momento como este. El país lo necesita”.
Discurrido el tiempo y aprovechando otro escenario más apropiado, curioso ante todo lo visto y escuchado, el acólito del caudillo reformista consideró prudente cuestionarlo sobre “el amorío” aparentemente existente entre ambas figuras políticas, recibiendo como respuesta lo siguiente: -“Pudo ser un paria social. Peor aún, no siéndolo, pudo volverse un simple campesino, recolector de arroz con los Bogaert, sus padrinos. O un taimado mequetrefe”.
Luego, con su pausa singular al expresarse y a manera de observación, el flemático, enigmático y emblemático adalid del Partido Reformista agrega: -“No es persona a menospreciar. Podemos acusarlo de impetuoso, y tal vez por ello, cae en expresiones irreflexivas y se ha visto envuelto en pronunciamientos comprometedores para él. Por encima de todo ello, al pasar revista a su vida, es un ser admirable”.
Expuesto lo anterior, y tal si quisiera imprimirle una mayor acentuación a la razón de su presencia en la Clínica Abel González y al porqué de su manera de aquilatar la connotación humana y política del doctor Peña Gómez, el avezado gobernante reeleccionista no perdió tiempo en resaltar: -“…tan pronto me avisaron del desmayo, averigüé a dónde lo llevaron y acudí a su lado. No quise moverme de allí hasta saber de su recuperación. Para mí, como lo hice yo mismo, el Dr. Peña Gómez retó su destino y se ha labrado una vida de éxitos”.
Ya al cierre de esta singular, curiosa y significativa estampa sobre la vida de dos hombres, columnas obligatorias a tener en consideración para interiorizar en la comprensión de la historia contemporánea dominicana, se nos ocurre convocar a pensar sobre la esencia y lo inescrutable que muchas veces resulta la existencia humana.
Siendo de esa manera, permítanme incursionar en esa realidad, sobre todo cuando, como colofón de esta narración debo subrayar, tal como lo asegura el testigo cuyas aseveraciones han servido de sustentación de lo hasta aquí reseñado que, una vez el doctor José Francisco Peña Gómez enterado sobre lo manifestado por el doctor Joaquín Balaguer, en torno a su persona y vida, el líder del otrora partido del “jacho prendío”, sereno y pensativo, fue observado con “los ojos aguados”.
¡Oh, la historia, cuánto enseña!