Hacer diccionarios. Una tentación, más extendida de lo que sería razonable pensar e incomprensible para los que nos dedicamos a esto y sabemos de su complejidad; una tentación a la que se sucumbe todavía hoy sin disponer del conocimiento técnico imprescindible; me atrevo a decir que, incluso, carentes del conocimiento lingüístico imprescindible.
Los precursores decimonónicos tenían su justificación precisamente en su condición de precursores. Hollar el camino que abrieron solo tiene sentido si lo hacemos para dar un paso adelante. Y, claro está, sucumbimos a la tentación.
Llegado el octogésimo aniversario de su fundación, la Academia Dominicana de la Lengua y la Fundación Guzmán Ariza albergaron mi proyecto de elaborar un diccionario académico de nueva planta, guiado por la metodología de la lexicografía contemporánea, que se convirtiera en una obra de consulta y de referencia para el español dominicano.
Cinco años después, en noviembre de 2013, se publicaba una Eñe con el título «Misión cumplida». En ella escribí: «Hace unos días entregué las últimas páginas del Diccionario del español dominicano para su publicación. Cuando nos embarcamos en el gran proyecto de su diseño y construcción nos parecía que nunca podríamos llegar a este momento».
Y heme aquí, más de una década después, reviviendo esa incomparable sensación del deber cumplido, a la espera de que salga del horno editorial la segunda edición de mi querido, nuestro querido, Diccionario del español dominicano.
Construir diccionarios es edificar las casas de las palabras. No basta con el arquitecto, el proyecto o el plano; no basta con echar cimientos, fraguar concreto, levantar paredes y vaciar el plato; no basta con elegir materiales, con dar una buena terminación; no basta, siquiera, con abrir la puerta y cruzar el umbral.
Hay que mudarse, con todo el bagaje que cargan las palabras desde hace muchos siglos, y hay que vivir la casa pensando en que nos toca legarla a los que vienen después.
No basta diseñarla y construirla; hay que mantenerla en pie, útil y funcional, luminosa y cómoda, cada día mejor, porque aspiramos a que en ella convivan muchas generaciones.
En unos días quien les escribe y el equipo de construcción de diccionarios del Instituto Guzmán Ariza de Lexicografía y la Academia Dominicana de la Lengua les haremos entrega de las llaves de la nueva casa de las palabras en la República Dominicana.
Y no nos hemos conformado con entregarles las llaves del diccionario en su formato tradicional de libro.
Hace años nos propusimos, por convicción lexicográfica y por responsabilidad social, convertir el Diccionario del español dominicano, nuestro DED (así, por sus siglas, conocemos a los diccionarios), en una herramienta de consulta digital sencilla, accesible y gratuita, y, en pocos días, podrán acceder a ella desde su celular o su computadora.
No solo pusimos los cimientos de esta casa hace ya más de diez años, sino que podemos sentirnos orgullosos de que la casa sigue en pie, mejor que nunca, más al servicio de los dominicanos que nunca.