Los venezolanos llevan años luchando contra una dictadura que no sólo les arrebata la libertad, sino que depreda sus riquezas y les somete a la más abyecta pobreza. Es tan grande la desesperanza que cerca de ocho millones se han visto obligados a esparcirse por el mundo huyendo de la represión y las penurias.
El más reciente intento por retomar el camino de la democracia y la estabilidad política se produjo el pasado veinte y ocho de julio, día en que los venezolanos salieron en masa a votar por la opción opositora que ganó con más de dos terceras partes de los votos. Pero como era de esperarse las instituciones al servicio de la dictadura se prestaron a ejecutar el robo descarado y vulgar de las elecciones declarando ganador a Nicolás Maduro.
Y aunque la oposición se preparó y mostró los resultados reales, de momento la truculencia y la fuerza se imponen a la verdad. Desde entonces los venezolanos protestan en las calles de todo el país y en las ciudades del mundo donde han debido exiliarse, mientras el régimen endurece su represión con una feroz violencia y mayor violación de derechos.
La comunidad internacional se puso del lado de la democracia venezolana, desconoció los resultados evacuados por el desacreditado órgano electoral y exige la publicación de las actas. Es la firme posición de la enorme mayoría de las democracias latinoamericanas, incluyendo el progresista gobierno chileno; y de los Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea. Mientras la satrapía chavista sólo cuenta con el respaldo de otros países donde la democracia brilla por su ausencia como China, Rusia, Corea del Norte, Nicaragua e Irán.
Luis Abinader y la República Dominicana se colocaron del lado correcto de la historia, brindando apoyo a ese bravo pueblo que lucha por recuperar su democracia. Con la firmeza que demanda el momento y ofreciendo la más absoluta solidaridad a esa Venezuela que siempre acompañó, no sólo a los dominicanos, sino a la mayoría de los países de la región mientras luchaban contra tiranías y regímenes de fuerza en aquellos aciagos años de la Guerra Fría.
La indiferencia o la neutralidad movida por afinidades ideológicas no es opción. Los verdaderos demócratas lo son sin importar inclinaciones de derechas o izquierdas. Maduro y la banda delincuencial que le acompaña no se irán por las buenas. No hay espacios para negociaciones. Sus crímenes de lesa humanidad no son pasibles de recibir amnistías. Los venezolanos tendrán que echarlos a las malas, por sus pies o como ellos elijan. De ahí que mantener la denuncia y la presión, aumentar el aislamiento de la dictadura y apoyar de forma irrestricta a los opositores en su lucha, es la única posición aceptable en un demócrata.
Preservarse para supuestas mediaciones constituye un acto de complicidad. Zapatero y Samper son sirvientes de la dictadura, y de populistas como Petro y López Obrador no debe esperarse mucho. Pero nada justifica que lideres con inclinaciones de izquierdas pero respetados demócratas como Lula y Leonel, mantengan posiciones tibias en lugar de colocarse sin dobleces del lado de la democracia venezolana y condenar abiertamente esa perversa dictadura.