En una distante noche de 1992, nos adentramos en la ciudad como si fuéramos testigos no electorales sino de los eventos que ocurren en cualquier lugar del mundo.
Antes de las ocho, nos montamos más de cinco personas en una yipetica bien a la moda. Creo que era una Vitara que había sido comprada esa misma semana. Discutíamos el sitio al que iríamos pero el consenso fue ir a un lugar que era clásico en ese momento: la Avenida del Puerto. Uno del grupo usó la palabra bonche para describir lo que tendríamos esa noche.
No sostendré que esa fue la primera vez que fue usada esta palabra en Santo Domingo. Sin embargo, tengo el presentimiento de que en otras épocas está palabra no era tan común. Quiero imaginarme que mi amigo fue el primero en usarla. Digamos que la palabra bonche comenzó a ser usada en el Recinto Santo Tomás de Aquino. Lo recuerdo a él en los pasillos diciéndome: «esta noche nos vamos de bonche». En Argentina y en México esta palabra tiene otro significado. En Colombia significa «una pelea».
Entrenados en cierta nocturnidad, abrigaba en nuestro interés conocer una zona publicitada desde el oficialismo. Rondaba en la mente de todos la maravilla de un sitio que había sido inaugurado con bombos y platillos.
Sin mucho interés en descifrar otros caminos, estaríamos pronto en la Avenida del Puerto. Como notamos en los primeros minutos, allí no había concierto pero sí se detenía la gente en algunos Supras con muchas bocinas musicales. Creo que podemos hallar las declaraciones de Balaguer sobre la inauguración del lugar. En esos meses mucha gente fue allí como si se tratara de una feria o un circo.
Al final, Balaguer debió estar feliz con una obra que solo costó 46 millones y que había sido ideada en los finales de los sesentas. Lo que no sabemos es si él fue a la inauguración y si ésta se hizo con el clásico aparataje del gobierno. No hay mucha distancia desde la Máximo Gómez 25 a la zona colonial: solo tienes que tomar la Penson y casi estás allí: Balaguer se movía en un Lincoln Continental de 1973. En este tipo de inauguraciones no duraría mucho porque después de los actos protocolares él no tendría mucho que hacer: no se sentaría allí para hablar con embajadores.
Uno puede imaginar que para la inauguración fue contratado un combo o una orquesta que tocase canciones clásicas. Es sabido que Balaguer interactuaba con los responsables de las obras. En el caso del Faro a Colón, que está cerca del puerto, el debate nacional fue intenso. Cartas, declaraciones, debates en los medios rodearon una obra que fue criticada en grado sumo por mucha gente.
Cualquier persona de esa época puede enumerar cuáles eran los restaurantes más visitados. La oferta no era tan grande como resulta hoy. En el caso de las discotecas, el escenario era grande pero en una noche éramos capaces de visitarlas todas. Testeábamos en qué lugar había más gente para luego contar esto como un gran descubrimiento.
Treinta años después, uno tiene la impresión de que lo ha visto todo. Entonces surge la memoria de aquella noche: un grupo de personas con vasos de cerveza en la mano comenzaban a bailar alguna bachata de algún músico cuyo nombre no recuerdo.
En un lugar que los políticos tuvieron que ir a ver debido a que era una obra del gobierno, también se ponían merengues pero nunca música americana o rock que si podíamos escuchar en otros entornos. La música era omnipresente. Se recurre entonces a explicar la dinámica nocturna con algún trago en la mano. En las discotecas de aquella época teníamos una especie de estrategia que nos permitía entrar sin pagar pero eso era un secreto.
Como quien ausculta la bóveda nocturna, le caía una especie de nostalgia a una de las invitadas que me decía claramente que se sentía a gusto conmigo. Tenía la cabeza apoyada en mis piernas en un lugar que había sido remozado y que nos servía para botar el golpe de aquellas clases universitarias. Ella nos dijo: «esta noche podremos ver las estrellas».
Décadas más tarde, nos referimos a la capacidad que tenemos para oír música de lo más variada. En ese momento le dije a alguien si había escuchado algo de Desintegration, un álbum musical que conocí en un Piantini clásico de locetas azules y diseños de flores en piscinas atestadas de hojas.
Entonces Piantini no era el lugar que conocemos hoy: el disco que mencioné era una joya que había sido descubierto por un amigo español que conquistaba a mucha gente con su capacidad para sonreír (Mercedes Benz aparte). La canción era de The Cure y creíamos que esa banda era insuperable en ese momento. Just Like Heaven era la canción que teníamos en el auto y que nos permitía creer que estábamos en Londres.
Como un buen detalle recobramos aquella declaratoria de un amigo del Loyola que decía que los lunes no solo eran del Cálculo sino de Café Atlántico. Ahí lo acompañábamos a punto de dejar que la luz lumínica del sitio te diera un look entre los James Dean y alguno que otro famoso. Era cierto que los lunes no eran sólo del cálculo sino de Paul Samuelson. En esos libros sobre economía estaba dibujado el mundo como confutamos después cuando descubrimos que éste, la conducta social, está cifrada en leyes económicas.
Caído el muro y con la llegada del poder a otros, la historia dio dos o tres giros (como ocurre con los caleidoscopios), y nos pareció que todo se convertía en una experiencia para ser narrada como una novela de Patterson. El analista dominicano puede llegar a la conclusión de que nuestro desarrollo se ha debido a nuestro trabajo y a una paz relativa durante nuestros gobiernos.
En los dos mil, Viriato Sención publicó su leída novela y puso de portada una foto de la cruz de la luz que emitía el Faro que ahora no sabemos si lo encienden. Me refiero a esto porque hablábamos de un lugar cercano al Faro. Por suerte, vemos que la Plaza de Colón está repleta de gente.
Acostumbrados a ser invitados a la experiencia gastronómica, los dominicanos se adentran en una noche que no solo será ir a la zona sino entrar en una ciudad que se transformó ante nuestros ojos. Celebremos sus calles y los lugares que nos ofrecen cierto tipo de aventura en una ciudad que nos pertenece a todos.