Con los años, he conocido a varias personas que podrían considerarse sabias. El lector me dirá que parecen no ser muchas. Me he encontrado en la situación de definir sabiduría para comprender mejor el asunto. Cae entonces en mi mano la vieja noción de sabiduría que parte de los textos salomónicos.
Según J. D. Douglas, editor de The New Bible Dictionary, Sabiduría es el arte de alcanzar el éxito, de formar el plan correcto para llegar a los resultados deseados. Su asiento es el corazón, el centro de la decisión intelectual y moral y se nos invita a comparar esta noción con 1 Reyes 3:9, 12.
Como muestra el recorrido por los textos bíblicos, Salomón, tercer y último monarca del Reino Unido de Israel, nos luce el parámetro esencial para definir a un hombre sabio. Sin embargo, hay que tener cuidado: los proverbios nos dan una serie de temas que podríamos comparar con las plumas tornasoladas del pavo real: son nociones múltiples y muy variadas.
En términos colindantes con el mundo académico, hay una tendencia a catalogar al hombre sabio como ese que medita y tiene una vasta teoría del universo. Según este aserto, el hombre sabio resulta ese que tiene una cierta visión práctica sobre la vida. Posee conocimientos pero su discurso va más allá de los detalles de ocasión o de rasgos circunstanciales. Entrenado para visualizar la realidad en términos filosóficos, puede ser también un dinamo del pensamiento. En su discurrir teórico, ante las numerosas pantallas de los tiempos modernos, puede asemejarse a los más destacables pensadores que ha conocido la humanidad desde tiempos presocráticos.
Aquí entra de manera elocuente la concepción de Isaiah Berlin a la que otros se han referido. En un análisis profundo, el autor citará en su libro de 1953 el fragmento del griego Arquíloco, mencionado por Mario Vargas Llosa en un ensayo sobre el filósofo: «muchas cosas sabe la zorra pero el erizo sabe una y grande». En un rápido sondeo histórico, claro está que en nuestro medio podemos encontrar a muchos zorros. De hecho bien a la mano está ese gobernante del partido colorado al que se le decía que era un zorro, lo que otros confutarían diciendo que en cierta medida no es que el gobernante fuera sabio sino que era un tiguerazo en buen dominicano.
De diversas ideologías, conozco a muchas personas que tienen una facilidad de palabra sorprendente. Se da en nuestro país como podemos verlo en la noche de Marrakech o en Madrid. El personaje en cuestión toma la palabra y es como un río que no descansa. Pero tengamos cuidado: no se trata únicamente de tener una versión del mundo sino de tener un dominio notable de cierta oratoria, lo que algunos compararán con la palabra labia que puede lucirnos algo despectiva.
Puede nuestro protagonista referirse a una cantidad importante de temas que captan la atención de los interlocutores. Utiliza algunas habilidades retóricas como es el caso de algunos políticos extranjeros que pretenden ser hipnóticos en largas sesiones televisadas.
Despues de todo, con el rastreo de los acontecimientos históricos, uno tiene la ligera sospecha que en el ámbito político se necesita una alta dosis de habilidades verbales: llega el momento de querer saber cómo se expresaba Ramón Cáceres o como lo hacía el mismo Ulises Hereaux. De Trujillo sí tenemos los videos y las grabaciones que nos dan cuenta de una voz decidida que remacha en los conceptos económicos con cierto tigueraje y con lo que algún analista podría catalogar de soberbia lucidez.
En el plano argumentativo, esa palabra «lucidez» es importante en todo esto porque el tiguere es por lo general un tipo realista que no se anda entre ramales y que le llama al pan pan y al vino vino como en efecto era Trujillo. Otros querrán saber cómo se expresaban los líderes históricos de nuestras guerras y también cuál era el tono de voz del Patricio Duarte, fundador de la República.
Con aguzado sentido crítico, alguien me podrá decir que comencé hablando de la sabiduría y luego he mencionado el tigueraje y me dirá que un hombre sabio no necesariamente es tiguere. El tigueraje es cierta habilidad para moverse en arenas movedizas y tener cierta inteligencia que se adapta y resuelve en beneficio personal ciertos problemas o coyunturas históricas. Alguno me podrá decir que la historia dominicana está plagada de hechos que fueron ideados y llevados a cabo con una clara noción de tigueraje, eso que habría aprobado el escritor del el Príncipe Nicolás Maquiavelo.
Para ahondar más en el asunto, podría hacerse un inventario de figuras históricas que lograron dar una vuelta esencial a la economía del país. Destaco el hecho del famoso tratado Trujillo Hull con el que de puso fin a la deuda que se venía arrastrando desde época de Harmont en lo que cualquiera podría considerar no un acto de tigueraje del caudillo Trujillo sino un acto de reingeniería financiera en una época en la que este concepto no estaba al uso.
En la retrospectiva, puede decirse que en las generaciones posteriores a Trujillo se tenía claro el concepto pero no hemos encontrado cuándo se comenzó a usar el término tíguere. Es necesario indicar lo que decíamos en el primer párrafo de esta página: la sabiduría -que no es tigueraje-, medita y tiene que sopesar los métodos, algo que nos parece evidente en los libros bíblicos así como en los textos de algunos premios nobel para no ir más lejos. La sabiduría no es que se compre en botica y sus efectos nos parecen destacables. Como es necesario recalcarlo, también es cierto que ese amigo sabio del que hablamos tiene una enorme facilidad para discurrir sobre temas de importancia de una manera incluso hasta subyugante.
Con la finalidad de poner los puntos sobre las íes, alguien podría decirme con cierta capacidad para ver más allá que el hombre sabio recurre a la divinidad. Argumenta que la sabiduría proviene de lo alto. Puede leerse la Biblia como una sucesión de las luchas de los hombres sabios en su intención de difundir un mensaje. Entre otras capacidades innatas, el amigo que considero sabio puede discurrir por la historia pero también se detiene en conceptos claros de la economía contemporánea para estar a tono con la famosa frase norteamericana: it’s the economy, stupid!, (del estratega demócrata James Carville), la que sostiene que en los asuntos económicos está cifrado mucho de lo que vemos y somos.