A pesar del desarrollo de la tecnología, los innegables avances de la ciencia y la ampliación de los linderos de la cosmovisión de los seres humanos, en el caso concreto de la población dominicana, fundamentalmente rural, continúa siendo una realidad la intervención de algunos elementos, tanto de la fauna como de la flora, en los procesos terapéuticos cotidianos.
Así lo refieren algunos estudiosos de la antropología y el folclor nacional al momento de analizar el tratamiento de algunas dolencias y patologías que generan preocupación en el estado de salud de una considerable porción de pobladores.
Al margen de ser curioso y hasta poco convincente, a la luz del presente, todavía existen quienes lucen convencidos que el ahogo o apretón de pecho, asma, se cura si el enfermo ingiere carne de gato o lagartija frita.
De igual modo, hay quienes insisten en que para curar los efectos de la picadura de un ciempiés, lo ideal es hacer que el afectado tome la maceración del propio artrópodo en alcohol o, mejor, la sangre obtenida de la cresta de un gallo en un poco de ron.
También abundan los que creen en la utilización de un pollo negro, cortado en dos partes, asumiendo cada mitad como cataplasma, para ser colocadas en los pies del enfermo con fiebre tifoidea, de forma tal que la calentura pase a la carne del ave sacrificada y el adolorido logre curar.
Otro recurso de la fauna asimilado como terapéutico son los caracoles de la mar, los cuales al ser introducidos en el zumo de diez (10) limones agrios se entiende curan los eczemas, tras aplicaciones tópicas.
Una propiedad curativa singular se acuña al sapo en el caso de la erisipela donde pasando tres veces al batracio vivo por la zona afectada, la afección termina curada, luego de pronunciar las siguientes palabras: “En el nombre de las tres divinas personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo”.
Realizado lo anterior, el animal es colgado en el patio, para que muera bajo el sol, pues el enfermo sanará a medida que el sapo se va secando.
Una situación de sanación similar tiende a registrase en el caso del orzuelo, el cual a decir de muchos dominicanos se cura pasando por la superficie infectada el rabo de un gato negro.
Y volviendo al sapo y sus interesantes aplicaciones, seria valioso no olvidar que una porción considerable de pobladores de diversas demarcaciones territoriales del país coincide en reconocer que ese anfibio es un recurso valioso para mantener en la cercanía a la persona amada.
Con tal propósito, la persona interesada coge el sapo vivo, le cose los ojos con hilo, sin tocar la niña de los ojos, pues, si le toca, la persona a quien va dirigido el trabajo, se queda ciega.
Vale resaltar, tal como lo exponen algunos estudiosos, que la mayoría de estas y otras curas son puros mitos pero están tan arraigadas en el pueblo que se pone, a veces, más fe en este empirismo que en las prescripciones de un renombrado profesional de la medicina.
En el campo del folclormedicina, en nuestra media isla, los ensalmos representan una práctica tan antigua como la humanidad, tan abundante y común que no exageraríamos si aseguramos que para cada enfermedad o dolencia existe uno de manera específica, ocurriendo algo parecido con el caso de los santos.
Sobre sus orígenes hay quienes aseguran que se pierden en las brumas del tiempo, aunque a pesar del empeño en ser atribuida a nuestro ancestro africano, es válido destacar que la verdadera raíz de la mayoría de los rituales, exorcismo y aplicación de recursos naturales que campean por los fueros de la patria, tanto en el área rural como urbana, no ha sido ni será fácil determinarla de manera concreta y convincente.
Más, lo que sí resulta innegable es que, efectivas o no, siguen constituyendo parte esencial del marco mágico, religioso y costumbrista de la identidad y del estado de conciencia social que todavía refleja la esencia de una porción significativa de la población, rural y urbana, del pueblo dominicana.
Son, quiérase o no, el reflejo de los matices que definen, para bien o para mal, el perfil psicosocial del dominicano del ayer, el hoy y el porvenir, y por tanto, es importante, no olvidarlo.
Finalmente, a manera de recuerdos, es importante señalar que en diferentes puntos de la geografía nacional, a pesar del avance en el dominio de los conocimientos científicos y el desarrollo de la tecnología, seguimos teniendo un ensalmo para cada enfermedad, fundamentalmente, para el ojo de pecao, la culebrilla, los cólicos y flatulencias, las nubes o cataratas, entre otras dolencias, casi siempre evocando a algunos santos, usando un grano sal y luego lanzándolo al fuego.
Definitivamente, así hemos sido, somos y seremos como pueblo caribeño, influenciado por la religiosidad popular, donde abundan las lentejas y en consecuencia, usted las toma o sino, las deja.
Así de simple… ¡¡No hay de otra…!!