Desde hace unos años, la palabra libertad hegemoniza el lenguaje político de una derecha woke guerreando sin descanso en la llamada batalla cultural. En el continente fue, y sigue siendo, grito ensordecedor del ultra, y patético, Javier Milei, pero resuena en cualquier rincón del mundo occidental. En estas últimas dos semanas, por ejemplo, no hay noticia o análisis sobre Venezuela que no la reitere.
¿Quién la pronunció por primera vez para que la escucharan oídos humanos? ¿Quién la pensó como finalidad y no como condición? Etimológicamente proviene del latín libertas, que nombraba a quien en la Antigua Roma no era esclavo ni reo. Tardará siglos en ser interpretada a través del prisma de los derechos civiles. Esperará todavía un poco más para volverse principio político en andas de la Revolución Francesa. Hoy, despojada de sentido, ha mutado en comodín.
Esa derecha woke que se extiende como mancha de aceite por el mapa del mundo se ha dado la paradójica tarea de banalizarla y, al mismo tiempo, erigirla en esencia. Así asumida, es su más socorrido instrumento de descalificación del pensamiento adversario y, al mismo tiempo, cebo para encandilados con el significante y despreocupados del significado. «¡La libertad, carajo!».
Terminar con la opresión allí donde se manifiesta, sentir que podemos actuar según los propios pareceres e intereses; regodearnos en la idea de que el juego de la alternancia funciona, y de que la prensa cumple vocacionalmente el papel de guardiana de derechos, por solo mencionar algunos de los sentimientos que el discurso aparea con la libertad, tiene gran un valor personal y social. ¿Pero es esto todo?
Hannah Arentd traza una precisa línea demarcatoria entre liberarse de un poder despótico y tener la libertad de ser libres, para lo que es indispensable estar libre de la necesidad. Es decir, de las carencias materiales que alambran el disfrute real de los derechos sociales, económicos, políticos y culturales.
En el informe «Desigualdad del ingreso en la República Dominicana 2012-2019», publicado por el MEPyD en el 2022, hay un dato que debería inducirnos a ver con ojo crítico la libertad cantaleteada por la derecha woke y repetida por sus compañeros de ruta: el 1 % de los sectores más ricos concentra el 30.5 % del ingreso bruto nacional. Concentración de la riqueza que llega a 55 % cuando se considera al 10 % de quienes más tienen. La otra cara de la moneda es el 10 % más pobre que recibe menos del 1 % del ingreso.
¿Son los dominicanos de cada uno de estos grupos iguales en la libertad de ser libres? Incisiva, Arentd nos da una pista: la pasión por la libertad por sí misma fue alimentada en el pasado por hombres que disponían de tiempo, no tenían amo ni estaban siempre ocupados en ganarse la vida.
De acuerdo, hablemos de libertad, pero partamos de definir de cuál libertad hablamos.