La situación en Venezuela ha dividido a la izquierda latinoamericana, algo que no ocurría desde hace tiempo. La principal causa de este desacuerdo radica en el empeño de Nicolás Maduro y su entorno de convertir a Venezuela en un modelo de socialismo extremo, similar al de Cuba, combinado con características del sistema autoritario de Daniel Ortega en Nicaragua.
Esta combinación es vista con recelo por muchos líderes de la izquierda en la región, quienes han enviado un mensaje claro a Maduro: no es necesario ser un dictador ni destruir la democracia para defender posturas socialistas, las cuales están muy alejadas del comunismo. Desde Argentina, Chile, Colombia y Brasil, figuras como el expresidente Alberto Fernández y los presidentes Boric, Petro y Lula han subrayado que la oportunidad de gobernar se gana en las urnas, independientemente de ser de izquierda o derecha.
Solo el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ha defendido a Maduro, apelando a los principios de no intervención. Sin embargo, muchos ven esta postura como una excusa débil, ya que limitar el derecho ciudadano a elecciones libres y justas es una renuncia a la soberanía inviolable.
Es correcto señalar que la falta de democracia no es intrínseca a la izquierda. Algunos aún creen en el concepto erróneo de la dictadura del proletariado o piensan que una revolución de izquierda implica un sistema autoritario. Esta mentalidad ha llevado a que la izquierda sea encasillada en un perfil retrógrado y antidemocrático, similar al radicalismo de derecha.
El verdadero pensamiento de izquierda se basa en garantizar el acceso público a la salud, la educación, la seguridad pública y la justicia, con un enfoque económico y social inclusivo.
No tiene nada que ver con las dictaduras y las imposiciones, como lo interpreta Nicolás Maduro. Las dictaduras no son de derecha o izquierda, son solo eso, dictaduras, sin apellidos o adjetivos que las acompañen.