En la conspiración del 30 de mayo, Antonio Imbert Barrera perteneció al llamado “Grupo de Salvador Estrella Sadhalá”, del que también fue miembro clave el teniente Amado García Guerrero. Los conjurados formaron una exclusiva trama conspirativa que, en términos prácticos, se dividió al menos en tres núcleos operativos: el grupo de acción, el grupo político y el grupo militar.
Antonio de la Maza, Juan Tomás Díaz y Salvador Estrella Sadhalá fueron sus principales artífices, y quienes lograron reunir un selecto grupo de hombres emparentados por lazos consanguíneos, por el sagrado vínculo del compadrazgo y por una estrecha relación de amistad casi fraterna.
Esas tres figuras eran quienes por lo general se reunían, intercambiaban informaciones de diversa índole y luego las compartían con sus demás compañeros cuando deliberaban acerca de la forma más expedita de acabar con el tirano.
Una vez definidos el lugar y día para enfrentar a Trujillo, cada núcleo escogió a sus hombres más aptos para formar parte del “grupo de acción o de la avenida”. Se sabe que en principio debieron ser nueve hombres, distribuidos en tres vehículos, pero como fue menester adelantar el día del atentado, solo siete de los héroes estuvieron disponibles esa noche para cumplir con su cita con la Historia.
De los siete hombres que ultimaron a Trujillo se conservan diversos testimonios sobre lo acontecido esa noche. Especial atención merece el testimonio del único protagonista del “grupo de acción” que logró escapar a la persecución de los organismos de seguridad de la dictadura y salvar la vida, gracias a la generosidad de la familia de Mario y Dirce Cavagliano, que desinteresadamente lo acogieron en su hogar y le brindaron protección durante seis meses aún a riesgo de sus vidas y la de sus hijos.
Me refiero al testimonio de Antonio Imbert Barrera (1920-2016), quien sobrevivió al 30 de mayo de 1961 por espacio de 55 años, y en cada aniversario de la gesta solía comparecer ante los medios de comunicación para rendir tributo a sus gloriosos compañeros del tiranicidio. En honor a la verdad, cada vez que al general Imbert Barrera le correspondía recordar a sus valientes compañeros ofrecía detalles y pormenores de primera mano acerca de la manera en que tanto él como Antonio de la Maza, junto a los demás, pusieron fin a la vida del dictador.
El recuerdo y el olvido forman parte del concepto de memoria. Lo mismo el individuo como el colectivo suelen almacenar, codificar y registrar vivencias que, con el devenir del tiempo, son susceptibles de rememoración o simplemente de olvido o represión en una zona remota del subconsciente. La memoria, tanto individual como colectiva, es subjetiva, selectiva y sobremanera frágil.
En el decurso del período 1961-2016 se produjeron incontables testimonios de Imbert Barrera sobre la noche del 30 de mayo. Sin embargo, existen tres testimonios suyos que, a mi modo de ver, constituyen fuentes de primera mano para historiadores y estudiosos de esos hechos memorables, porque se trata de versiones originales, casi sin contaminación de otras fuentes, de quien fuera un actor de primer orden en el hecho político de 1961.
Los testimonios de los héroes de la noche del 30 de mayo, que constituyen fuentes primarias de información de irrecusable veracidad, merecen ser examinados, confrontados y analizados a la luz de técnicas de investigación inherentes a la disciplina de la Historia. Continuaré con el tema.