Cuando vemos o leemos la palabra “París” en algún lugar, nuestra mente suele viajar hacia su famosa Torre Eiffel. Y si no es esta, lo que vemos es Notre-Dame, el Arco del Triunfo, el Museo del Louvre o el Sacré-Cœur.
Sin embargo, menos personas piensan en su Île Saint-Louis, las callejuelas de Le Marais o la casi desconocida plaza que habita la Rue Furstemberg, donde se localiza el Museo Delacroix. Entonces, tanta coincidencia a la hora de imaginar la ciudad ¿a qué se debe?
Más allá de que los anteriores referentes sean los que suelen protagonizar los souvenirs que pueblan las zonas turísticas, gran parte de esta construcción visual se deriva de que es la imagen que más se ha proporcionado de la capital francesa en la gran pantalla. Así, y en este punto, es posible que muchos lectores piensen que la “culpa” es de Hollywood.
Pero, en realidad, ese París visual que reconocemos es prácticamente una construcción del propio cine francés.
El cine nace, como actividad comercial, el 28 de diciembre de 1895 en el Boulevard des Capucines de París, una calle muy cercana a la famosa Opéra Garnier. Habitualmente se asocia a los hermanos Lumière, responsables de esa primera proyección, con el surgimiento del cine. Pero previamente ya existían muchos otros inventos por todo el mundo que animaban la imagen fotográfica.
Sin embargo, fueron ellos los que vieron una utilidad económica en esta nueva máquina, aunque inicialmente creyeran que su éxito sería temporal. Poco tiempo después, y siempre en Francia, Georges Méliès establecía las bases del cine de ficción y de los efectos especiales al aplicar muchos de los trucajes teatrales a las primeras y breves historias cinematográficas.
Durante la década de los 20, la industria fílmica francesa conoció un cierto desarrollo gracias, especialmente, a un grupo artístico llamado Albatros. Estaba formado por emigrantes rusos especializados en diferentes ramas artísticas que ya habían recibido influencia de la cinematografía de su país y que no dudaron en aplicar algunas de sus tendencias a las nuevas producciones locales. ¿El resultado de esta combinación? Entre otros, el posicionamiento de la cámara en las calles de París.
De esta manera, en 1925, se estrenaba el largometraje Paris en 5 jours de Nicolas Rimsky y Pièrre Colombier. Dos años después, en 1927, lo hacía Harmonies de Paris, una sinfonía urbana dirigida por una de las primeras cineastas de la historia: Lucie Derain.
Así, y como se puede deducir de sus títulos, la capital francesa se convertía en protagonista. Una deducción que se confirma cuando se ven estas producciones, que están disponibles en la plataforma HENRI, una propuesta de la Cinémathèque Française de París que permite el acceso a este tipo de títulos antiguos y de consulta poco común.
La Torre Eiffel no tardó mucho más en hacerse con la gran pantalla. En 1928, y siempre bajo la firma de Albatros, se estrenaba el mediometraje La Tour, dirigido por René Clair, que mostró, de forma parcelada, la famosa “Dama de hierro”.
Entonces, si el establecimiento de París en el cine ya se había fijado durante las primeras décadas del séptimo arte, ¿cómo y por qué esa imagen se mantiene en el imaginario hollywoodiense?
La ville lumière… ¿vista y mostrada por el cine norteamericano?
La primera respuesta que se le puede dar a la pregunta anterior deriva de los cambios que se produjeron a partir de la década de los 30. En ese momento, Estados Unidos y, sobre todo, Hollywood empezaron a desarrollar la industria fílmica dominante que conocemos hoy día.
- Así se inició una especie de relación de dependencia entre los dos países; si Estados Unidos quería mostrar y recrear París en sus estudios, Francia le podía proporcionar la información necesaria. Cuando Hollywood requería, por ejemplo, una referencia de una plaza, recibía fotografías de las más emblemáticas y representativas de la ciudad francesa. Y esto tenía un efecto directo: si siempre se remitía al mismo espacio, este se acababa afianzando en la mente del espectador que, al final, lo reconocía y asociaba con la capital gala.
- De esta manera, ya fuera para una reconstrucción en el set de rodaje como para una localización real, lo que hizo Francia y, de manera más concreta París, fue llevar a cabo una estrategia promocional patrimonial que continúa hoy día.
- Al mismo tiempo, esto propició el nacimiento de uno de los conceptos a los que más remitimos los analistas de esta metrópolis en el séptimo arte: el “París de postal”. El término, en realidad, fue empleado por Alain Servel en 1987 y apunta a esa imagen reiterada de la urbe a través de los espacios más turísticos que la estructuran. Como consecuencia, cuando una película se desarrolla en la metrópolis gala, con solo mostrar una panorámica que recoja el Sena y la Torre Eiffel se prescinde de la necesidad de rótulos o diálogos que anclen geográficamente la narración.
Identificar cuáles habían sido esas conexiones establecidas por la cinematografía norteamericana entre el cine y la capital francesa fue uno de los motivos que provocó la celebración de la exposición “Paris vu par Hollywood” organizada por el ayuntamiento de París a finales de 2012. En la muestra se apreciaba cómo la ciudad había sido retratada desde múltiples perspectivas (amorosa, asociada a la destrucción, mediante la animación…), pero siempre ligada a un mismo referente: la Torre Eiffel.
Por tanto, si París se ha establecido como lienzo natural del cine desde sus orígenes, la Torre Eiffel lo ha hecho como protagonista y enunciadora de ese espacio. Una asociación que podemos extender a los componentes arquitectónicos citados al inicio y que promueven el disfrute del “turista-espectador”.
Porque cuando este último viaja a la “ciudad de la luz” (ville lumière) no lo hace como un simple visitante sino como ese espectador que, además de identificar lo que ve, lo experimenta como si fuera el protagonista de un relato cinematográfico.