Abordemos un tema muy conocido que viene acompañado de un viaje que realicé hace algunos meses.
Adicto al oleaje de la costa, me tomó apenas una hora entender lo que en otro lugar me hubiera tomado algunos días y hasta meses.
En un recodo bastante amistoso, me encontré con una reunión de pescadores. Esto parecía un cónclave para dirimir algunos asuntos políticos. Conscientes de lo que ocurre en el pueblo, estos pescadores tienen claro que deben actuar de manera política en ciertas coyunturas y con «sentido de cuerpo». Nuestro apoyo a los que respetan las vedas.
Si partimos de lo que ocurre en el mar, arribaremos a lo que nos dicen estos pescadores que dedican todo el día a la captura de diferentes ejemplares en las peligrosas aguas del océano.
En un hotel de la costa, atendido con la proverbial gracia de los dominicanos, había leído el libro de Peña Batlle, La Isla de la Tortuga. Días después, de lo que se trataba era de comprender el oleaje y la postura de estos nuevos amigos de la costa que trabajan en las playas de los alrededores.
En la excelente edición de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, que no escatimó en las delicadezas de las tipografías, el libro de un intenso azul verdoso se me había quedado grabado en la memoria. Este libro de fácil lectura es como si hubiera estado escrito en hierro, algo que me sucede con el economista Keynes que al parecer escribió su libro en ese poderoso metal.
En las primeras lecturas que uno realiza, se percibe que este libro fue planeado para tener referencias sobre el ambiente marítimo toda vez que se nos habla de las maravillas de la piratería, el corso y el contrabando. Omnipresentes en toda la colonia, estas prácticas «comerciales» reinaron en la costa norte de la isla.
Como si se tratase de un mosaico marino de proporciones antológicas, el libro indaga en una serie de personajes que podemos distinguir que tienen una personalidad diferente en cada gobierno de la pequeña tierra (de apenas 37 kilómetros de longitud), al punto que cada personalidad acarrea una serie de decisiones que entendemos como necesarias para controlar la gran cantidad de habitantes y los problemas complejos que existen en un conglomerado social.
Narrado está en el libro de Peña Batlle todo lo que ocurrió con los gobernadores de esta pequeña isla que fue muy importante durante un largo trecho de la historia colonial dominicana y haitiana. Con una afilada percepción histórica, Peña Batlle entendió a la perfección la importancia de la isla pero sobre todo nos cronometra lo que ocurría en ella en términos políticos, naturales y económicos.
Muy conocido por su profundidad argumental, el libro es nodal para comprender la historia dominicana de aquellos años en que se luchaba por sobrevivir económicamente con la producción de unos cuantos rubros agrícolas como queda demostrado en Lepelletier de Saint Remy en las páginas de su tratado histórico. Si nos adentramos más tarde, comprobaremos los rubros que se daban en la tierra grande: tabaco, algodón, campeche, añil, aguardiente.
Con un breve análisis bibliográfico, está claro que en este y otros libros se intenta cronometrar mucho de lo que ocurría en la costa norte, esa misma de la que he hablado al principio al referirme a los pescadores.
Como notificamos en ese momento, los pescadores tienen claro que son entes productivos pero también se reconocen como de un ecosistema donde la mano del hombre interactúa de manera activa con el entorno.
Como dije más arriba, me pareció ciertamente que este libro estaba escrito en hierro para volver a decirlo y paso a explicarme. Con una prosa clásica, la que algunos denunciarán como bastante barroca, las palabras de Peña Batlle están escritas con una solidez que no siempre encontramos en algunos tratados de los tiempos coloniales.
Con una clara insistencia, era cierto que me llamaban del bar del hotel donde podíamos entender que todo ocurría de nueva cuenta como si se tratara de una vieja historia. Con la costa haitiana en mi memoria (ya se entenderá por qué) puse manos a la obra y bajé para ver «lo que se movía» sin interés en contarle a un turista canadiense (que podría parecer un agente secreto), lo que había estado leyendo toda esa mañana en una de las habitaciones.
Para aclarar el asunto, podría decirse que los argumentos de los que han tratado este período histórico (no todos ciertamente), tienen el interés de dar una panorámica de lo que ocurre en el poder imperial británico y español, holandés y francés. Como narran historiadores del período, esta lucha imperial se convirtió en tema fundamental, al tiempo que la plantación unificó planetariamente el circuito económico de las islas y las metrópolis.
Interrogándolo con un inglés ataviado de dominicanismos, le pregunté a este turista si conocía las viejas historias coloniales de la isla de Santo Domingo. Entendiendo la dinámica histórica, su respuesta fue positiva. Me narró cómo había estado buscando sobre la historia de la isla antes de venir y poder considerarse un turista ahora con intención de alquilar un sitio para hacer una estadía más larga en nuestra tierra.
Algunos minutos después, el nuevo amigo me dice que ya no quiere tomar más en el bar y se prepara para conocer los comestibles que lo esperan en el lado sur del hotel. Me dice que las historias de piratas son reales y me da su tarjeta. Con una sonrisa bastante amistosa, me dice que lo acompañe, cosa que hago por los próximos 30 minutos.
Utilizando una comparación geográfica con locaciones bien lejanas, le explico que la islita de Peña Batlle no tiene ahora mucho que ofrecer pero que cualquiera podría animarse a emprender una travesía. Sin ánimo de broma, le digo que solo se trata de coincidir con el gobierno haitiano y por qué no con la mismísima revista National Geographic, de las que tengo una colección envidiable (le explico) con sus páginas satinadas y sus maravillosas fotografías. Me dice que cuente con él en caso de que el proyecto se cumpla y bromea con el hecho de si es necesario andar armado por esos lejanos lugares del país vecino por el tema de las bandas y el desorden institucional.
Sentado en una mesa de blanco mantel, le había hecho esta propuesta en tono de debate pero él tenía claro que ya esa locación no era tan útil para desenterrar antiguos tesoros como sí hizo la revista en la edición que le dedica a Tikal en Guatemala entre otras locaciones de destinos arqueológicos.
Para retornar a las comparaciones con Keynes también le digo que Krugman posee ese estilo en acero y de ahí que le dieran el Nobel (entre otras causas). Riendo con la mano en el tenedor me dice que estos economistas saben mucho de historia y sobre todo de la Historia de las Indias. Le digo que los libros que tiene el hotel son envidiables y que sería bueno expandir el tiempo en que uno está en este sitio solo por el hecho de abordar otro texto de Anne Rice para decir una autora muy leída.
A este nuevo amigo le cuento que en la orilla de la costa un grupo de pescadores intenta reeditar las misiones de los bucaneros y los pescadores de la época colonial. Le advierto que tienen los instrumentos necesarios para adentrarse en el mar y salir con especímenes que venderán a un montón de clientes que vienen a comprar a la playa.
Refiriéndose al oficio de estos pescadores, me dice que se ha dado una vuelta por el sitio con otros amigos y unos veteranos y que es cierto que estos hombres de mar se meten en altamar en las primeras horas de la mañana. Luego sacan lo capturado que será vendido en una costa atiborrada de viajeros de muchas partes del mundo como en los tiempos coloniales.
Recapitulando en lo dicho anteriormente, el nuevo amigo me dice que puede usar mi cita sobre Keynes para explicar algo que Adam Smith explicó mejor que nadie. Me asegura que los dominicanos han comprendido que habitan una isla. Según él, el enorme atractivo implica que la atracción de viajeros sea un asunto nodal para todos los meses y días del año. Corroboramos.