En cualquier día de febrero, mi amiga D. M. tomaba una taza de café comprada en una de las plazas de la ciudad. La vi con intención de decirme que me dedicara a espiarla y que pidiera un café expreso como el que ella tenía frente a la mesa atestada de papeles y fólderes. Me devolvió una sonrisa en la que se dejaba ver la fuerza del amanecer. La gente caminaba como hormiguitas que han encontrado un tesoro de azúcar. Me dijo que le diera mi versión sobre el café y aquí está, compartida con todos ustedes.
El café la pone más lúcida, según me dijo. Me contaba que algunas amigas tenían la costumbre de tomar café en grandes cantidades. Le dije que hace mucho tiempo yo había conocido a un grupo de damas que se reunían a tomar café. Aunque no me lo preguntó, le dije que los economistas también tomaban café, pero le aclaré que no todos han hecho un estudio profundo del famoso grano. Sería interesante saber si Schumpeter había tomado café, un asunto que, aun con la IA, no creo que tengamos respuesta. La IA puede decirnos dónde se consume más café en todo el mundo, una pregunta sencilla. También puede hablarnos de otros productos característicos de algunas regiones: el vino, el queso y ciertas frutas.
Con datos muy interesantes, en la historia de Saint-Méry se nos narra que el café tiene varias particularidades. El café normal y el café tostado (que ha perdido el 25 % de su contenido) contienen agua y cenizas. En estado normal y en el secado, incluye materia orgánica y nitrógeno, por ejemplo. Le explicaba que el café de Martinica en estado normal tiene los siguientes componentes: agua, celulosa, materias grasas, glucosa, dextrina, aceite esencial, cafeína, organismos nitrogenados, caseína, legumina, materia verde soluble en agua, glutina, sales y compuestos minerales, silicatos, fosfatos, sal vegetal de potasa, cal, magnesia, cloruro de potasio y sílice.
En el acápite de Saint-Méry sobre los ensayos analíticos del café, se establece que “algunos indicios sobre la composición del café se publicaron en los Anales de Química, 63 y 69, por Paysse y Chevenix. Los autores de las dos memorias examinaron con cuidado varias de las propiedades físicas del café y dieron prudentes consejos sobre el grado de torrefacción conveniente, pero no describieron de manera precisa ninguno de los principios inmediatos contenidos en esta sustancia. Cadet de Vaux y Cadet de Gassicourt creyeron reconocer en el café ácido gálico, una resina, albúmina, una esencia concreta, un principio aromático y un mucílago abundante. Runge descubrió y Robiquet estudió cuidadosamente la cafeína, sustancia nitrogenada y cristalizable, que el calor puede sublimar en agujas parecidas al ácido benzoico. La cafeína es idéntica a la teína encontrada después en las hojas del té y que, según los análisis de los señores Wöhler y Liebig, contiene 0.288 de nitrógeno. Robiquet también señaló en el café sustancias grasas”.
Hace dos años, las exportaciones de café totalizaron 30.9 millones. Tenemos 193 empresas exportadoras de café. Entre ellas, Belarminio Ramírez e Hijos (empresa que visitamos el año pasado), Natura Bella SRL, Incatcaribe S. A., Alfredo Díaz & Hijos Estate Coffee, Café Monte Frío, Finca Dulcikafe y Food Industrial Packaging SAS. Con todas estas empresas pasa lo que ha ocurrido en otros países: se convierten en líderes de un área y resultan estratégicas en el desarrollo de los sectores productivos.
Con una biblioteca a su disposición, nuestra protagonista intentaba ver cómo se introducía en la lectura de algunos economistas decimonónicos. Le habían dicho en la universidad que tenía que aprenderse la base de los economistas de hace mucho tiempo. Empezó con La riqueza de las naciones, un libro que encontró y que me propuso que leyera, sin saber que yo tenía una versión de Gallimard en mi casa. Le expliqué que ya tenía el interesante libro y le dije que se leía en poco tiempo, apenas unos cuantos días de intensa lectura.
Entre muchos otros, tengo ese libro como un coleccionista tendría un vinilo de las primeras canciones de Paul McCartney. Lo encontré en una caja perdida en un edificio viejo. El dueño de ese libro había estudiado en Francia (lo supe por los otros libros que había comprado). Otro libro que hallé esa mañana fue uno de Jacques Sapir, un pensador económico francés de izquierda. Creía que ella sería una buena lectora crítica de esos libros.
Entre mucha gente, me pasó el vaso de café y tomé un sorbo. Le dije que la lectura de esos economistas podía completarse con la de algunos autores modernos. Abrió los ojos y me dijo que era correcto. Me comentó que era lectora de Krugman. Lo interesante era que ahora había pedido otra taza, esta vez acompañada de un famoso croissant de chocolate. Me dijo que se encontraba feliz entre tanta gente.
Después de caminar durante unos minutos, le dije que tuviera fe y que terminara de hacer el contacto con su amigo cafetalero. El empresario la introduciría en el negocio como asesora de exportación. Me miró con ojos de lectora de Montaigne y terminó con la siguiente frase:
—Yo tomo café, tú tomas café, todos tomamos café. ¡Salud!