Pedir perdón es un gesto significativo cuando se comete un hecho que ofende o hiere a otro. Es una manera de demostrar que el daño no fue intencional y que, aunque sucedió, no fue planificado.
Reconocer los errores te convierte en una mejor persona y es una forma de subsanarlos.
No es válido, sin embargo, andar por la vida causando heridas de manera consciente y utilizar el “perdón” como una herramienta para expiar una culpa, como si nada hubiera pasado.
Esto se aplica en muchas facetas de la vida, incluso en aquellos casos que no pueden ser contados. No debemos olvidar que el perdón no es automático ni obligatorio.
Aquel que actúa con la única intención de agraviar a otro, ya sea por placer o por intereses, no puede pretender que con un simple “I’m sorry” se haya remediado el dolor causado. Tal es el caso del grupo de periodistas acusados de haber recibido fondos de la Usaid para cumplir con líneas trazadas por ese organismo.
Miles tomaron todo lo dicho como válido y se dedicaron a replicar, sin miramientos, acusaciones infundadas, vagas y malsanas con la intención de dañar.
¿Un simple perdón borra eso? Creo que no.
Existen herramientas disponibles para resarcir esos fallos y, legalmente, hay múltiples recursos a los que se puede recurrir para reparar el daño causado.
Las excusas de “vamos a dejar las cosas así” o “me dejé llevar de alguien en quien confiaba” no son válidas tras haber intentado sumergir en el lodo al contrario. En algún momento, debemos poner un freno.
Usted podrá intentar pedir perdón de todas las maneras posibles, entendiendo que quizás no tuvo una intención marcada de agredir al otro.
Puede tomar acciones para tratar de corregir sus yerros, aunque igualmente debe entender que hay límites que tras cruzarse, no hay vuelta atrás.
El perdón no es obligatorio y usted debe estar preparado para pagar consecuencias.