No pasó dentro de las primeras veinticuatro horas de su mandato como juró en campaña, sin embargo parece que Donald Trump se encamina a liderar negociaciones llamadas a terminar la contienda bélica en Ucrania. Al menos así lo indican los acontecimientos de la pasada semana y las reacciones desde Washington, Kiev, Moscú, Bruselas y Múnich.
Se adelantaron los lineamientos de un posible acuerdo cuando el secretario de defensa de Estados Unidos afirmó que Ucrania no regresaría a las fronteras del dos mil catorce, dando a entender que tanto Crimea como las zonas ocupadas del Dombás pasarían legalmente al domino ruso; y quedó cerrada la posibilidad de integración de ese país a la OTAN, lo dejó claro el mandatario estadounidense cuando justificó la invasión a Ucrania como respuesta rusa a la apertura de su predecesor a su ingreso a la Alianza Atlántica.
Y si bien el camino de la paz siempre será saludable, y más en un conflicto de estas características en el cual ninguna de las partes se encuentra en condiciones de vencer a la otra, también es importante el tipo de paz que se alcanza.
Si Trump con su inconmensurable ego pretende imponer su personalidad avasallante para negociar un acuerdo bilateral con Putin como si entre amigotes se tratara, sin sentar en la mesa al país agredido y sus aliados europeos, podría establecer las bases para la disolución de la OTAN y el inicio de una escalada armamentista en Europa no vista desde la primera mitad del siglo pasado. De hecho, ya se adelanta que se tomarán medidas fiscales para flexibilizar normas y permitir un incremento sustancial en el gasto en defensa de los estados miembros de la Unión.
Llama la atención que un supuesto negociador sagaz que utiliza la fuerza para conseguir sus objetivos, cediera a su contraparte rusa prácticamente todas sus pretensiones desde antes incluso de iniciar las conversaciones. Ya Putin se salió con las suyas cuando despojó a Georgia de Osetia del Sur y Abjasia, y va camino de lograr lo mismo en Ucrania. Y si un potencial acuerdo no crea las condiciones para frenar su agresiva ola expansionista, nada garantiza el respeto a lo pactado, la seguridad ucraniana o que las siguientes agresiones no se produzcan en Polonia o los países Bálticos
La Segunda Guerra Mundial fue el resultado directo de la Paz de Versalles; y si Chamberlain hubiese frenado a Hitler en la Crisis de los Sudetes en lugar de abandonar y traicionar a Checoslovaquia, quizás la dimensión de aquella conflagración hubiese sido diferente.
Quienes celebran a Trump y sus formas de abordar este conflicto, pierden de vista que una mala paz puede convertirse en el camino más corto hacia la guerra. Karl Marx estableció aquello de que la historia se repite dos veces, primero como tragedia y después como farsa, pero esa farsa puede incluso resultar peor que la tragedia original.
Del fondo y las formas de estas negociaciones dependerá alcanzar una paz duradera en Ucrania y el resto de Europa, o que simplemente asistamos a la posposición de un conflicto de consecuencias imprevisibles. Y en ese escenario resulta poco alentador que al volante se encuentre un orate ególatra e ignorante.