La retractación de Johnny Arrendel no borra el daño hecho. Su admisión de culpa es un paso necesario, pero insuficiente en un contexto donde el periodismo serio ha sido sacrificado en el altar de la especulación y el espectáculo.
No es solo él quien debe reconocer su error, sino también todos aquellos que, desde las redes sociales, amplificaron la mentira sin el más mínimo criterio de verificación y mucho menos remordimientos.
Durante décadas, periodistas con trayectorias dilatadas han defendido los mejores intereses de este país, enfrentando poderes fácticos, corrupción y amenazas reales.
Sin embargo, en tiempos donde la viralidad pesa más que la verdad, su credibilidad fue puesta en juego por individuos que se cebaron con información falsa. ¿Qué harán ahora? ¿Se retractarán quienes se llenaron de views y compartieron sin cuestionar?
El caso de Arrendel debe servir de advertencia. No se puede igualar el trabajo periodístico con el espectáculo de la comunicación. Hay rangos, hay diferencias, y debe haber responsabilidad. La difamación no puede ser una estrategia de agenda política o un método de posicionamiento digital.