La República Dominicana es un país muy peculiar, y lo demuestra todos los días con nuestra forma de actuar.
Pese a la cantidad de retos que enfrentamos, mantenemos una mentalidad individualista que va corroyendo los logros que se pueden conseguir en lo colectivo, y solo hay que salir a la calle para darse cuenta.
¿Les recuerda el tránsito cotidiano esta afirmación? Para todos es una escena común ver a un conductor salirse de su carril para avanzar por la derecha y tratar de colarse en la fila.
Pero tampoco sorprende aquel que viola la luz roja del semáforo porque “anda muy rápido” o se roba un pedazo en vía contraria para no dar la vuelta, sin pensar en las consecuencias de sus acciones.
Todos queremos que se impongan las leyes con radicalidad, incluyendo aquellas para combatir el ruido, siempre y cuando no choquen con la fiesta que tenemos en casa con el “coro”.
Lo vimos por igual el año pasado, cuando se intentó pasar la reforma fiscal, un movimiento económico que todos pensaban que era necesario… hasta que les tocaba asumir el sacrificio correspondiente.
Sí, la reforma necesitaba más diálogo y una mejor revisión de lo que se pretendía aplicar en el país (como por ejemplo los impuestos a los alimentos o aumentar el cobro del Impuesto a la Propiedad Inmobiliaria -IPI), pero pocos sectores se mostraron abiertos a encontrar una solución y ya vemos lo que está pasando actualmente.
La República Dominicana necesita un mejor plan colectivo si quiere seguir progresando más allá de los avances que logran sectores específicos.
El país necesita definir lo que quiere a largo plazo y de manera definitiva, con un compromiso de todos, pujar hacia una misma dirección.
Porque, de lo contrario, lo único que lograremos es resolver algunos problemas individuales para, posteriormente, seguir quejándonos de que los males básicos nunca se solucionan.