Las declaraciones del pastor (que no el pastor mismo) sobre la relación causa/efecto del trabajo femenino y hogares desestructurados tuvieron sus quince minutos de fama y, como suele acontecer en tiempos de voracidad informativa, salieron del escenario apenas dos o tres días después de haber entrado.
Pero cuidado. Que las reacciones, mayoritariamente favorables hayan cesado solo indica que, como las bacterias oportunistas, aguardan un nuevo momento para continuar infestando a una sociedad sin anticuerpos críticos.
Digamos que el tema, con independencia del pastor, es polivalente. En su valer para muchas cosas está servir de catapulta a ideas regresivas sobre el papel social de las mujeres y a la reivindicación subrepticia de su vuelta exclusiva a lo doméstico. Sus sustentadores piensan, pero se cuidan de ser descarnados, que es esa la ley de la naturaleza.
No me ocuparé del respaldo ramplón, sino del que defiende la domesticidad como «elección femenina libérrima», en el que resuena el eco del movimiento impulsado por norteamericanas blancas, de clase media alta, cristianas y de derecha (por lo menos sus principales promotoras), conocido como tradwife.
Como son estas mujeres el prototipo al que, en nuestras latitudes pobres, apelan los lobos vestidos de oveja para dar carne a sus falacias contra el feminismo –que asimilan perversamente a lo woke–, veamos algunos datos sobre trabajo femenino en países desarrollados.
En el informe Mujeres en el trabajo 2023: una perspectiva global, la empresa multinacional Deloitte, tan lejos de lo progre como la tierra del sol, da a conocer las razones por las cuales las mujeres de Australia, Brasil, Canadá, China, Alemania, Japón, Sudáfrica, el Reino Unidos y los Estados Unidos, tienen una relación conflictiva con sus empleos que lleva al 21 % a preferir una posición completamente remota y al 74 %, trabajos híbridos. El 88 % del total trabajaba a tiempo completo.
La encuesta no especifica el porcentaje de mujeres que, de plano, desearía no trabajar. Sí indica que de las encuestadas el 46 % con pareja y con hijos asume el cuidado infantil; el 44 % se encarga principalmente de terceros dependientes y el 42 % tiene la mayor responsabilidad en las tareas domésticas. Aunque son menos que en el año anterior a la encuesta, el 28 % de ellas dijeron sentirse agotadas pero aumentó al 51 % las que confesaron un estrés más alto.
Otro factor que provoca coger la cartera y largarse dando un portazo son las microagresiones, que no por micro dejan indemne la autoestima: el 44 % son interrumpidas o ignoradas en las reuniones; tienen menos oportunidades de hablar; son excluidas de las conversaciones; les roban las ideas y el crédito, y no son invitadas a actividades dominadas por hombres.
Demos un salto de garrocha en los datos: fuera del trabajo, las principales preocupaciones de las encuestadas son los derechos femeninos (59 %), seguridad financiera (58 %), salud mental y física (56 %), seguridad personal (54 %).
Privilegios de clase aparte, ¿quieren algunas mujeres meterse en casita solo porque sí? No juegues, magino.