En la historia de América Latina, pocas figuras logran trascender como símbolos de resistencia democrática y liderazgo en tiempos de crisis. Edmundo González Urrutia, excandidato presidencial de la oposición venezolana y diplomático de carrera, representa esa rara combinación de pragmatismo político y profunda humanidad que define a los grandes líderes de nuestra región. Mi encuentro con él fue una oportunidad para reflexionar sobre su impacto en el panorama político y diplomático contemporáneo.
Llegué puntual a las 8:30 de la mañana del sábado 11 de enero al hotel El Embajador aquí en Santo Domingo, donde se había organizado este significativo encuentro. Llegué a esta reunión gracias a la invitación del expresidente de Ecuador Jamil Mahuad, con quien me unen lazos de amistad y profunda coincidencia académica derivados de nuestros vínculos con la Universidad de Harvard.
El desayuno, celebrado en el octavo piso del hotel, estaba iluminado por la luz matutina y respiraba una mezcla de expectativa y cordialidad. En el encuentro participaron, además del expresidente Mahuad, los expresidentes de Colombia Andrés Pastrana y de Bolivia, Jorge Quiroga —cariñosamente “Tuto”—, así como los señores Leopoldo López, Antonio Ledezma, Jean Marco Pumarol y el Secretario General de IDEA (Iniciativa Democrática de España y las Américas), Asdrúbal Aguiar.
Ya me lo había anticipado un amigo venezolano: “Vas a conocer a un hombre decente y un diplomático experimentado, consciente de su responsabilidad histórica”. Efectivamente, al ingresar, González Urrutia se destacó por su presencia serena y su ademán firme, atributos propios de una destacada trayectoria en diplomacia y política.
La conversación comenzó con un tono informal, pero pronto derivó hacia temas más profundos. En las elecciones presidenciales, González Urrutia presentó las actas que demostraban su triunfo electoral, un hecho respaldado por evidencia documentada que sus contrincantes no pudieron igualar, consolidando así su papel como un símbolo vivo de la lucha democrática en Venezuela. A pesar de no ser juramentado como presidente, su capacidad para demostrar su triunfo lo convirtió en un referente indiscutible de la resistencia democrática. Mientras compartíamos ideas, me vino a la mente una reflexión de Carl Schmitt: en tiempos de crisis, quienes controlan el poder deciden las reglas. Este pensamiento encaja perfectamente con el contexto que ha enfrentado González Urrutia: un sistema que manipula la legalidad para perpetuarse.
Lo que más me impresionó fue la capacidad de González Urrutia para combinar el análisis objetivo con un profundo sentido de humanidad. Más allá de describir las dificultades, sus reflexiones invitan a pensar sobre el papel del liderazgo en tiempos de crisis. En su mirada se refleja una brújula moral que parece alinearse con las palabras de Simón Bolívar: “El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible”. Este principio parece guiar su compromiso.
La experiencia de González Urrutia, quien demostró su victoria con documentación concreta, resalta los desafíos de las democracias latinoamericanas frente a sistemas que buscan perpetuarse en el poder. Este episodio no solo subraya la importancia de la legitimidad, sino también la de mantener vivo el espíritu de resistencia. González Urrutia destacó que el autoritarismo no es un fenómeno aislado, sino un mal que puede extenderse si las democracias no actúan con rapidez y determinación. Su llamado fue claro: «América Latina necesita una renovación de su compromiso con los valores democráticos y una acción coordinada para evitar que el continente retroceda a tiempos oscuros».
Durante el encuentro, también conversamos sobre las implicaciones más amplias de la crisis venezolana para la región. El desafío de preservar la democracia no se limita a los actores internos. En este contexto, reflexioné sobre cómo potencias como China y Rusia fortalecen su influencia en la región, destacando la necesidad de construir alianzas democráticas en América Latina como contrapeso a estas fuerzas, que buscan consolidar su influencia geopolítica en la región. Ambas potencias han consolidado su presencia en América Latina mediante préstamos estratégicos, inversiones en infraestructura y alianzas políticas que desafían las normas democráticas. Para Venezuela, esta dinámica se traduce en un respaldo directo al régimen autoritario, debilitando los esfuerzos de la oposición por restaurar el orden constitucional. La lucha de González Urrutia se inserta en este complejo panorama, donde las democracias latinoamericanas enfrentan el reto de resistir estas influencias externas mientras fortalecen sus instituciones.
En redes sociales compartí una foto grupal del encuentro y otra junto a González Urrutia, ambas reflejan el espíritu de unidad y propósito que marcó la jornada. Su historia es un recordatorio viviente de que el compromiso con la justicia y la democracia trasciende fronteras y circunstancias. Al despedirme de aquel encuentro, una frase de Hannah Arendt resonó en mi mente: “La dignidad del ser humano radica en su capacidad de actuar”. González Urrutia encarna esta idea, recordándonos que cada acción en favor de la justicia fortalece el tejido democrático.
En este tiempo de desafíos para la democracia, su historia no solo inspira a los venezolanos, sino que lanza un mensaje claro a toda América Latina: la libertad y la justicia solo pueden prevalecer cuando los ciudadanos, guiados por líderes íntegros, se unen en acción.
En ese sábado soleado en Santo Domingo, quedó claro que la lucha por un futuro mejor no conoce límites ni nacionalidades. En palabras de González Urrutia, “la dignidad siempre encuentra su camino”, un reflejo de su inquebrantable esperanza en la democracia y de la inspiración que dejó en quienes compartimos con él.
Lo que más me impresionó fue la capacidad de González Urrutia para combinar el análisis objetivo con un profundo sentido de humanidad… Sus reflexiones invitan a pensar sobre el papel del liderazgo en tiempos de crisis. En su mirada se refleja una brújula moral que parece alinearse con las palabras de Simón Bolívar: “El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible”