Edmundo González Urrutia es el presidente electo de Venezuela. Que el presidente Abinader le reciba como ganador de las elecciones de julio es lo que diferencia a un mandatario que respeta el juego democrático de aquellos populistas que enredan en palabrería su apoyo a los autócratas.
Es el momento crítico, el momento de apoyar explícitamente a los demócratas de Venezuela. Y en caso de que se consume el robo de la voluntad popular el 10 de enero, aislar a la dictadura.
El presidente Abinader es consecuente con las ideas que le llevaron a impulsar la Alianza para el Desarrollo de la Democracia y con la política exterior que ha marcado su estrategia diplomática. (Ya recibió las ofensas de Cabello y la expulsión del personal diplomático.)
Paraguay y Chile se han sumado a los países que rompen relaciones con el régimen autoritario (e ineficiente) que ha empobrecido Venezuela y está sumiendo en el terror a una población de la que ya se han exiliado 8 millones de ciudadanos. Ayer secuestró al yerno del presidente electo.
Defender la democracia para uno mismo pero también para los demás es lo correcto. Cerrar los ojos y no tender la mano a los que se oponen a los sátrapas es cobardía o connivencia.
Venezuela sin el apoyo de los países democráticos del continente se encamina a ser otra Cuba, otra Nicaragua, dictaduras con la excusa del Imperio siempre como soniquete de fondo… La comunidad internacional debería servir para algo más que negociar políticas comerciales.
Los dictadores ya no llegan al poder en tanques. Llegan por las urnas y desde el poder deshacen las instituciones, premian (del verbo comprar) a los militares que les protegerán y pervierten el orden democrático.
El 10 de enero no pinta bien en Caracas por eso los demócratas venezolanos deben sentir que no están solos.