Así dijo el pastor Ezequiel Molina: “Detrás de cada mujer exitosa, lo más probable es que haya un hogar descuidado”. Vaya hombre de Dios, que cree fervientemente en que la mejor forma de servirlo es siendo una mujer sometida, de falda larga, pelo sin cortar y piernas peludas.
No puedo creer que a estas alturas, en una sociedad desarrollada y creyente en las libertades, alguien predique un mensaje tan retrógrado. El hombre se disculpó, recurrió al clásico “fui malinterpretado”, pero yo no se la creo. Lo que dijo es lo que realmente cree, así como lo respaldaron no pocos de esos mal llamados “influencers” y, para mi sorpresa, una que otra mujer desubicada.
No estoy en contra de la religión, para nada. Me crié en ella. Con 15 años, me leí La Biblia completa, así que nadie puede meterme las cabras al corral. Y no solo me la leí, estudié su creación, el desarrollo del cristianismo y la historia que lo acompaña, de la cual muchos de estos pastores y fanáticos no tienen idea. Ese integrismo cristiano que crece y crece es peligroso, pues no se trata de fe, sino de un estilo de vida que busca, entre otras cosas, conservar el poder de los hombres sobre las mujeres. A esta gente le cuesta entender que las mujeres tienen libre albedrío para andar como la clásica “hermana” de la iglesia protestante, pasando por ser madre a tiempo completo, forjándose como la presidenta de una nación o siendo la CEO de una empresa.
Es su derecho decidir qué quieren hacer con su vida, así como con su cuerpo, y los hombres no deberíamos andarnos metiendo en eso, menos ocultados en un falso mensaje religioso. Partiendo de la premisa siniestra del pastor, todas esas evangelistas, pastoras o predicadoras que han construido carreras de éxito en las iglesias protestantes deberían ser desacreditadas porque tienen su hogar descuidado. Me da mucho asco que se usen libertades humanas, como las de culto y de expresión, para pretender imponer filosofías misóginas que vienen de la creencia milenaria de que el poder masculino debe imponerse. Aquí somos todos seres humanos. Iguales. Con los mismos derechos y deberes, no se nos olvide.