Uno de los motivos primordiales detrás del fallido proyecto de modernización tributaria fue el incremento de los recursos destinados a infraestructuras, que en la actualidad apenas roza el dos por ciento del Producto Interno Bruto. Muy por debajo de la media regional y menos de la mitad de lo que sugieren invertir los organismos multilaterales y bancos de cooperación.
Sin embargo, cuando el gobierno llegó a un acuerdo con el Colegio Médico Dominicano para mejorar las condiciones laborales y salariales de los galenos y evitar paralizaciones en los hospitales, se vio obligado a realizar ajustes presupuestarios que implicaron la reducción de fondos que el Ministerio de Obras Publicas tenía destinados a obras de infraestructuras.
El año termina con procuradores fiscales, jueces y otros sectores reclamando aumentos salariales, pero también con un gobierno obligado a encaminar acciones y producir realizaciones en un cuatrienio que apenas comienza. Continuar mejorando los niveles de seguridad ciudadana y ofrecer soluciones colectivas y modernas al caótico tránsito, requieren de recursos que no se consiguieron con la reforma y que tampoco se obtendrán con fusión y eliminación de instituciones públicas.
Pero hay una partida presupuestaria que en la actualidad constituye en gasto de muy poca calidad, que es la que se destina a la Educación. Un paquete de dinero que se asigna calculando anualmente el cuatro por ciento del Producto Interno Bruto, para después definir cómo y en qué se gastarán.
O más bien dilapidarán, porque es lo que hacemos en la actualidad. Y lo que continuaremos haciendo mientras no exista la valentía para producir un cambio absoluto e innovador en el sistema educativo dominicano, de forma que prepare a los estudiantes para el mercado laboral y los desafíos que presenta la sociedad del siglo veintiuno.
Doce años después de asignar esas partidas privilegiadas a la educación, los jóvenes dominicanos salen menos preparados de las escuelas públicas que dos o tres décadas atrás, los profesores continúan sin alcanzar las cualidades y competencias para la enseñanza moderna y su asociación constituye una retranca para el sistema, mientras tanto dinero se ha comprobado demasiado tentador para políticos y empresarios que en ese presupuesto ven un botín más que una oportunidad de mejorar las cosas.
Ya está bueno de botar dinero, el presupuesto de Educación debe congelarse o incluso reducirse, al menos hasta que como sociedad estemos dispuesto a hacer los cambios verdaderamente transformadores que se requieren.
Mientras tanto, esos fondos deben destinarse a obras necesarias para el país, pero también asignar mayores partidas a Cultura para formar trabajadores culturales y crear escuelas de música y otras artes clásicas en los municipios y sectores más poblados del país; y a Deportes para la formación de profesores de educación física y entrenadores así como para la construcción y remodelación de instalaciones deportivas a nivel nacional, privilegiando aquellas que se encuentren en las cercanías de los planteles escolares.
A ver si al tiempo que nos organizamos, nos colocamos en condiciones de aprovechar la tanda extendida para algo más que llenar los estómagos de los muchachitos.