Hace dos años un hombre calmado y concienzudo recibió el Premio a la Excelencia Magisterial en Educación Superior. Merecido, después de 67 años dedicado a enseñar. Y este año, en febrero de 2024, Pablo María Hernández, que así se llama este profesor, publicó Vida y Obra. Recoge en un pequeño tomo capítulos de esta trayectoria, algunos pensamientos, muchos recuerdos.
Los maestros lo son aunque ya no tengan alumnos.
Algo así se desprende de estas páginas escritas desde el conocimiento de la profesión y el amor al oficio. De la erudición de haber investigado sobre la educación dominicana y la claridad de haber sido protagonista a pie de aula de su realidad.
Esos maestros que enseñaban a leer, escribir, discurrir. Los que tenían la pátina de su vocación en el gesto, el tono y la manera de conducirse en la vida.
Deberíamos escucharles más. Preguntarles cómo se arregla esto, qué hay que hacer -ahora que el dinero no es tanto el problema- para no seguir estafando a los estudiantes dominicanos con una instrucción mediocre que no les servirá para la vida.
Y escribe don Pablo: “Debido a que el trabajo es la principal posesión de los pobres, el mejoramiento de la calidad y distribución de la educación representa un mecanismo clave para reducir las grandes desigualdades y disminuir el número de individuos que viven en la pobreza absoluta.“ Pues eso.
Se nota cierto cansancio, hoy no sería posible una movilización con sombrillas. Digamos que la sociedad hizo lo que debía hacer y que tanto esfuerzo no resultó como se esperaba.
(Y la vida sigue…)
Entre «competencias» y «paradigmas» se explayan los discursos teóricos. Entre reclamos salariales y avisos/amenaza de paro, las luchas sindicales.
Y en el centro de todo, el maestro. Causa y efecto, responsable y víctima de la situación.