De ingeniero y experto en asuntos financieros con exitosa carrera profesional, Manuel Andrés Brugal Kunhardt ha devenido en consagrado escritor de ensayos y novelas. Ahora nos sorprende con la presentación en la Biblioteca Nacional de una bien documentada exposición titulada “La expedición de Luperón contra Trujillo: 75 años”.
El foco inicial lo pone en Juancito Rodríguez, acaudalado empresario mocano que sacrificó familia, amigos, riqueza, y convirtió su existencia en ejemplo de lucha contra la tiranía de Trujillo.
Nadie como él hizo tanto para combatirlo: Fue artífice de las expediciones de Cayo Confites, Luperón y 14 de Junio, director del Consejo Superior de la Revolución Centroamericana y del Caribe y, por el peso de sus armas, apoyo fundamental para el derrocamiento de la dictadura costarricense y el ascenso al poder en Costa Rica de José Figueres. Ese material bélico sirvió luego al intento de derrocamiento de la tiranía trujillista en Luperón.
El viejo líder, meses después de la inmolación de su hijo José Horacio Rodríguez Vásquez en la expedición del 14 de Junio de 1959, decidió entregar su propia vida decepcionado por el rigor tan intenso de la lucha que mantuvo sin que ni siquiera percibiera una pequeña luz que alimentara la esperanza de ver a su patria libre, haz luminoso que se proyectó con potente brío apenas pocos meses después con el ajusticiamiento del tirano en mayo de 1961. Contradicciones amargas de la existencia.
Juancito Rodríguez espera todavía que las instituciones dominicanas honren su lucha tesonera y larga resistencia al régimen de terror, indolencia pareja al mantenimiento de cientos de calles a lo largo del país rotuladas con el nombre de personeros que sirvieron a la tiranía.
La expedición de Luperón fue traicionada por Alberto Bayo, oficial de la fuerza aérea española, exiliado en Méjico, quien decidió delatar a los expedicionarios por medio del embajador dominicano en ese país en aquel momento, el doctor Joaquín Balaguer Ricardo. ¡Oh avatares del destino! Las afirmaciones citadas por el conferencista se desprenden, entre otras, de la obra de Aaron Coy Moulton titulada “Los exiliados españoles en México y la traición de la expedición de Luperón”.
En otro orden, Manuel Andrés narra que al salir los expedicionarios del avión que amarizó en Luperón, “los pobladores pensaron que eran militares de las fuerzas armadas dominicanas y fueron cooperadores, pero, en un momento dado, Gugú Henríquez Vásquez oyó a uno de ellos exclamar: ¡Viva Trujillo!, y respondió gritando: ¡Esto es una invasión! ¡Abajo Trujillo! ¡Viva Horacio Vásquez!” Lo anterior da una idea del símbolo potente que representaba la evocación de esa figura política.
Luego traslada el foco de su investigación hacia la resistencia interna surgida en Puerto Plata en apoyo a la expedición de Cayo Confites primero y luego de Luperón, encabezada por Fernando Spignolio Mena.
Bajo la dirección de Spignolio se creó el Frente Interno de Liberación. El grupo obtuvo armas enviadas clandestinamente en 1946 y organizó un atentado en Santo Domingo. A esos fines trasladaron pertrechos en un camión de la compañía licorera Brugal para ser entregados a una célula compuesta por Cristóbal Gómez Yangüela, Máximo López Molina, Bienvenido Creales y José Alonso Puig Ortiz.
El azar mefistofélico intervino. El grupo fue infiltrado por Antonio Jorge Estévez. Cuando el hidroavión pasó por Puerto Plata con destino a Luperón los miembros del frente pudieron verlo, pero desconocían su destino exacto. Y no pudieron auxiliarlo. Poco después Fernando Spignolio y Fernando Suárez fueron apresados y fusilados y luego 10 miembros más corrieron el mismo destino.
La justicia divina intervino más tarde. En un intento audaz de seguir infiltrando la resistencia dominicana, en esta ocasión en Cuba, Antonio Jorge Estévez fue atrapado, fusilado y su cuerpo lanzado al mar.
Manuel Andrés termina su exposición con un conjunto de reflexiones muy pertinentes.
Dice: “Hay gente que se resiste a elogiar esos ejemplos de entrega por los demás, pero que, en cambio, se afana por resaltar aspectos de la dictadura trujillista que consideran buenos. Hablan de que hubo orden, pero no dicen que era sometimiento. Se refieren a construcciones, pero olvidan los bajísimos niveles de consumo y educación de la población. No mencionan que este país era una empresa del dictador y que el derecho de propiedad y la capacidad de emprender estaban constreñidos por sus apetencias desmesuradas y expropiatorias”.
Y agrega: “El costo de las dictaduras es demasiado alto, pues exigen que les entreguemos nuestra dignidad y el derecho a discrepar, a riesgo de correr peligro de cárcel o de muerte si no lo hacemos. No es una casualidad que se rodeen de colaboradores que son modelos de deshonra”.
Magnífico Manuel Andrés, en completo acuerdo contigo.