La comunidad educativa de Consuelo es vibrante, un calificativo que no se asocia normalmente al ecosistema de escuela, familias, maestros y alumnos. Se logró a lo largo de décadas sostenido en el entusiasmo de profesores vocacionales, unas monjas que creían de verdad que la fe mueve montañas y padres que confiaban.
El milagro de Consuelo, lo explicó la educadora Leonor Elmúdesi en un libro del mismo título, se concreta en escuelas, liceo, politécnico y una escuela vocacional en un municipio con muchos problemas.
La autoridad innata de Sor Leonor, unida a una pasión por esa tierra (incluido el fervor por las Estrellas Orientales), consiguió lo que las huelgas de la ADP no logran.
Maestros a los que se les proporciona casa propia, alumnos disciplinados y alegres y la convicción comunitaria de que la educación es prioridad.
Sor Leonor Gibb vive ya en Canadá. Regresó por orden de su comunidad religiosa, las Hermanas Grises del Sagrado Corazón, a su país natal. La edad no perdona, dicen, y a pesar de su voluntariosa actitud ante la vida, le toca ahora ser cuidada.
Pero sor Leonor sigue pendiente de su tierra. Ahora persigue que se termine la Casa de la Cultura de Consuelo. En un video en el que se le escapa el tono de profesora y con la media sonrisa con la que da órdenes y consejos, pide al presidente Abinader que complete lo que se inició hace ya años.
La inversión estará bien asegurada. Hay cimientos, hay comunidad, ganas de hacer cosas, raíces culturales y experiencia en el manejo adecuado de fondos y proyectos. Todo empezó con su empeño en que los hijos de los cañeros tuvieran acceso a la misma educación que los hijos de los ejecutivos del ingenio. Ahora persigue un espacio para la Cultura.