Era enero de 2009. Luis Fortuño asumía la gobernación de Puerto Rico y anunciaba una Ley de Emergencia Fiscal que prometía resolver los problemas fiscales de Puerto Rico, a la que llamó “medicina amarga”. Trató de echarla adelante, se armaron protestas violentas, su partido vio comprometida su integridad electoral y Fortuño se echó atrás, dejando aquello a medio camino. Acabó perdiendo las elecciones en el 2012 y pasó a la historia como el gobernador que más deuda pública acumuló, debido a los altos intereses.
Esa decisión acabó con la “bomba de 2015”, cuando el mandatario Alejandro García Padilla declaró impagable la deuda de Puerto Rico. En concreto, Fortuño decidió anteponer su figura política a lo que necesitaba el país y ahí tenemos lo que pasa allí, un ente quebrado por más dos décadas y con pocas perspectivas de salir del hueco. Claro, Fortuño no fue el que llevó el país al punto de inflexión, fueron todos sus predecesores, que irresponsablemente adoptaron la actitud de que “arree el que viene detrás”, en lugar de asumir su deber con el pueblo y el futuro del país. Pero Fortuño fue el responsable de no cumplir con el compromiso histórico que le correspondía y hoy día no puede presumir de ser el gobernador que se atrevió a cambiar las cosas, más bien al contrario.
Hago todo este cuento porque me asusta lo que pasa en la República Dominicana, donde vivo y tengo perspectivas de quedarme con mi familia. La combinación de un gobierno temeroso y de unos sectores que se niegan a pagar por la fiesta, se me parece demasiado a lo que vivimos en mi tierra, haciendo las correspondientes salvedades soberanas.
Es por ello que hago un llamamiento al presidente Luis Abinader a cumplir con su rol histórico, cueste lo que le cueste a su imagen política. El capitalismo pasa la cuenta, es parte de su naturaleza, y a la República Dominicana le toca comenzar a ajustar su cinturón tras años de bonanza. El sistema ha comenzado a apretar y ahora nadie quiere sacrificarse para tomar la ruta correcta. El proceso será doloroso, pero es necesario. Cada posposición sólo hará que ese dolor sea mayor. Hay que sentarse a conversar, presidente, y lograr esa reforma, dejarlo para después será desastroso.