El Premio Nobel de Economía 2024, otorgado a Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson, pone de relieve la importancia crucial de las instituciones en el desarrollo económico. Los laureados han demostrado que las naciones prosperan o se quedan atrás en función de la calidad de sus instituciones políticas y económicas.
Los organismos inclusivos, que permiten la participación equitativa de todos los ciudadanos en la vida política y económica, promueven el crecimiento sostenible, mientras que aquellos extractivos, que concentran el poder en manos de una élite, perpetúan la desigualdad y frenan el desarrollo a largo plazo.
Este trabajo tiene implicaciones tanto teóricas como prácticas. Ofrece un marco académico para comprender por qué algunos países prosperan y otros no, y también proporciona orientaciones claras para que los países en desarrollo fortalezcan sus sistemas políticos democráticos y eviten errores pasados. En tiempos de descreimiento creciente en la democracia, esta lección resulta más pertinente que nunca. El autoritarismo no genera igualdad ni desarrollo. Al contrario.
Casos como Venezuela y Cuba, con apagones endémicos y crisis alimentaria después de años de «revolución», ejemplifican el impacto negativo de las instituciones extractivas. A pesar de los vastos recursos naturales del país sudamericano, la falta de entidades democráticas y creíbles ha condenado al país a la pobreza, como lo demuestran la crisis económica actual y la falta de legitimidad de sus procesos electorales.
En un mundo marcado por profundas desigualdades, el trabajo de Acemoglu, Johnson y Robinson proporciona un marco valioso para entender y superar las barreras estructurales que perpetúan la pobreza. Probada queda la necesidad de políticas que promuevan la fortaleza de democracias inclusivas, esenciales para lograr una prosperidad equitativa y compartida.