El presidente Luis Abinader hizo bien al anunciar el retiro del proyecto de ley de modernización fiscal al cerciorarse de que no cuenta con la aprobación de la población. Y es que no basta con tener mayoría abrumadora en el congreso. Se requiere también disponer de legitimidad social.
Hay que felicitar al presidente por la decisión tomada. No todos tienen la amplitud de miras para escuchar el reclamo de su pueblo. A veces reaccionan heridos en su autoestima y se sienten impulsados a confrontar para atornillar su autoridad.
Lo importante es que su gesto abre horizontes para poner sobre el tapete propuestas que transformen la sociedad, dentro de un proceso en el que se conozca en detalle los objetivos a lograr, costos a sufragar y en el que la austeridad en lo público, sin desmedro de la eficiencia, sirva de guía.
Y sí, no hay dudas: el país necesita reformas profundas para encaminarse hacia el desarrollo, incluyendo las de carácter fiscal. Pero no tolera una destinada a ingresar más a cuenta del bolsillo de todos y seguir gastando en lo mismo.
Dejar sembrado ese huerto y regarlo para que sea exuberante y fértil es el legado que se espera deje el presidente Abinader. Dispone de 4 años para impulsar sus planes.
A veces la gente simple contempla las cosas con mayor perspicacia que los intelectuales preparados para elucubrar. Por eso cito a continuación lo que con un dejo de ironía expresó en estas páginas, hace tan solo unas cuantas semanas, Abimbaíto, apenas bachiller del ámbito rural. Puede que tenga razón. Dijo:
_ “En cuanto al método para decidir qué (reforma) elegir y su hoja de ruta, el utilizado en la niñez llamado “De Tin marin de do pingue” podría ser efectivo, pero resultaría poco elegante ante algo de tanta trascendencia. En su lugar podría utilizarse el método de deshojar las margaritas.
Es simple: ordeno todo lo que hay que organizar y hago que cada institución pública cumpla su rol a satisfacción; luego me quito el pétalo del déficit eléctrico, a continuación, me despojo del pétalo marchito educativo y reoriento el gasto.
Y sigo. Después me sacudo las leyes laborales que impiden la incorporación plena de la mano de obra dominicana al sector formal con la consecuente pérdida de ingresos para el fisco y la desnacionalización progresiva; fortalezco los enlaces sectoriales y doy vida a la agropecuaria y a los recursos naturales; pongo en vigencia el Pacto sobre Haití. Y así sucesivamente.
Y al final me enfoco en lo estrictamente fiscal: deshojo las exenciones, cierro ventanas a la evasión, y lo demás caerá por añadidura”.
Como los antiguos bien sabían, no todo se puede acometer simultáneamente. Por igual, hay que saber elegir qué va primero y qué viene después.
Pero yendo a lo más elemental, merece destacarse la mención que hace Abimbaíto de que cada institución pública cumpla su rol a satisfacción. No lo cumplen, salvo excepciones. A la población hay que entregarle algo a cambio, antes de pedirle sacrificios.
Un ejemplo es la agonía que significa conducir en Santo Domingo y en algunas carreteras. La autoridad luce incapaz de tomar iniciativas. Las soluciones no están únicamente en las grandes cosas como comprar cientos de autobuses, o expandir el metro, que también se necesitan, sino en las pequeñas de saber organizar y dirigir.
Parte de los tapones de Santo Domingo ocurren porque calles estrechas que podrían servir de vías alternas para desahogar el flujo vehicular, se mantienen de dos direcciones y se permite el parqueo en ambos lados. Deberían ponerlas de una vía y permitir el parqueo en un solo lado. Y, sobre todo, hacer que haya consecuencias por el incumplimiento de las normas, pero no. No hay continuidad en la vigilancia. Existe dejación de funciones. Y se actúa dentro de una sensación de vacío de autoridad.
En las carreteras ocurre algo similar. Los vehículos pesados transitan por su izquierda a velocidades endiabladas. Vehículos ligeros lentos, también se entronizan como dueños del carril izquierdo. Bloquean el tráfico. El desorden es tan grande que se cometen locuras con tal de salir del infierno de las rutas. La policía en actitud pasiva y al acecho sorprende conductores con un radar que mide la velocidad, mientras la circulación continúa en caos y proliferan los accidentes.
No basta con realizar una obra necesaria y monumental como la ampliación de la carretera Duarte. Es necesario poner control en el tráfico (y agregamos en el ruido). Esas son algunas de las cosas que el ciudadano espera que se solucionen antes de rascarse el bolsillo y aportar más recursos al erario.
El mensaje está claro: las margaritas son coquetas, quieren que las deshojen para rendir el sí.