Semana intensa, rica en lecciones. El presidente retiró su propuesta pero oyó a los gremios más fuertes reconocer que tienen que ceder, que pueden hacerlo y saben cómo. No es mal principio.
La clase media defendió su frágil fortaleza como solo una mujer enfadada puede hacerlo. Doña María Inmaculada Núñez lo dejó claro. Los comerciantes explicaron hasta en chino que cualquier evasión –autóctona o importada- ya no es una cifra que solo afecta a las cuentas del erario. (No todos los empresarios defienden ganar el 30% en cada venta. Los hay más serios.)
Confirmado: todavía no hay oposición y si se oyeron voces, fueron aisladas o ecos oportunistas subiéndose a la ola. En las redes no se suda, así que podemos recortar también el dinero que damos a los partidos “mayoritarios”. Más: los sindicalistas son funcionarios que no pondrán en riesgo sus privilegios. Ya no están para tumultos, no hay que ceder tanto a sus chantajes. Los legisladores, esos sí, tendrán que dejar sus excesivos acomodos porque ofenden.
Los funcionarios vinculados a los sectores más afectados callaron. Probablemente porque no conocían la reforma. Esa lección es más difícil de entender. Si supiéramos por qué no se les consultó entenderíamos mejor los tres años de gobierno que tenemos por delante. El primer periodo se hizo corto, este puede ser largo.
A lo que vinimos… quedó claro que hace falta una reforma fiscal, pero no esa. Más dinero hay en la evasión, el gasto innecesario y en corrupción que en el bolsillo ciudadano. Perseguir al que paga lo hace cualquiera.
El presidente ha medido lo que no se ve en un power point y conocido mejor a sus aliados. Ahora es todavía más libre de quitar, poner, ceder o imponer. Ya sabe con quién puede trabajar en la dirección que necesita el país.