Dijo alguna vez don Mario Moreno: “Estamos peor, pero estamos mejor. Porque antes estábamos bien, pero era mentira. No como ahora que estamos mal, pero es verdad”. Una cantinflada tan brillante como perspicaz que explica lo que ha develado la presentación del denominado proyecto de modernización fiscal, que provocó que prácticamente la totalidad de los sectores empresariales del país confesaran que para poder subsistir requieren irremediablemente de exenciones, incentivos y subsidios estatales. Revelando que el país no está tan bien como prensábamos.
Entendíamos que la economía dominicana crecía con solidez y que era fuerte, diversa y resiliente, que el sector turístico era maduro y robusto, que la industria era capaz y competitiva y que las zonas francas se habían diversificado y tecnificado y se encontraban en condiciones de aprovechar las ventajas del nearshoring. En fin, erróneamente suponíamos que en sentido general el sector productivo nacional gozaba de buena salud.
Pero la realidad es que, para competir, evitar que se retiren las inversiones y se pierdan miles de empleos, los hoteleros necesitan exenciones a todo y por tiempo indefinido. Lo mismo con los industriales, para quienes la eliminación de un artículo de una ley se lleva de paro la competitividad y amenaza la inversión y la formalidad laboral.
Las zonas francas dependen de no pagar ni siquiera los impuestos sobre sus ganancias, el sector financiero de que no se graven las rentas que producen los ahorros y las bancas de apuestas de que no tributen los premios de las jugadas de números. Mientras los constructores decretaron la muerte de las viviendas de bajo costo si se aplican impuestos a propiedades que cuestan el equivalente a casi doscientos mil dólares.
Según los productores de ron, si les aumentan los gravámenes serán incontables los muertos por ingerir alcohol adulterado. Si aumentan las cargas a las cervezas las ventas “se irán al piso” y dejarán de invertirse miles de millones de pesos. Las empresas de courier quiebran si se gravan las compras por internet, los del cine desaparecen si las producciones locales no se subsidian con fondos públicos y las vidas de los youtubers o creadores de contenido serían destruidas si los ponen a pagar impuestos. Hasta los cristianos se extinguen si dan al “César lo que es del César”.
A diferencia de sus predecesores Abinader tuvo la valentía y responsabilidad de presentar una reforma fiscal que todos saben es necesaria. Pero aun reconociendo su urgencia nadie se mostró dispuesto a asumir sacrificios. Se apandillaron y en dos semanas pusieron este país patas arriba.
Se supone que estarán satisfechos. El Presidente hizo lo que cualquier haría en sus zapatos y retiró el proyecto.
Se mantendrán los regímenes especiales para privilegiados que pagan cero centavos, aunque reporten ganancias de millones y seguiremos subsidiando desde el erario las cuchucientas películas malas que se producen en el país. La larga lista de bienes y servicios exentos de impuestos continuará facilitando la elusión y se mantendrá todo el entresijo tributario que genera cualquier cantidad de agujeros por donde se cuelan miles de millones de pesos.
Y continuaremos sufragando con deuda el gasto público… El golpe avisa.