«Un cretino digital es un niño al que le han quitado parte de lo que le hace humano: su lenguaje, su conocimiento, su capacidad de concentración y buena parte de su inteligencia social y empatía.»
Lo dice Michel Desmurget, un neurocientífico dedicado a estudiar el efecto de las pantallas en la educación. En una entrevista reciente, no dejaba dudas sobre su pesimismo sobre cómo lo que él llama «estafa digital» está afectando a las generaciones más jóvenes.
Describe niños y adolescentes menos inteligentes, sin vocabulario suficiente, nula capacidad de concentración y escasas habilidades sociales.
Denuncia una brecha social y económica ahondada por la tecnología en contra de los optimistas presagios de hace 20 años y hace una feroz arremetida contra los padres y los educadores que repiten el mantra de que hay que dar una pantalla a cada niño.
¿Se pasa… o se queda corto? Los efectos empiezan a sentirse: los resultados PISA en Europa, incluidos los de Finlandia, el país faro de tantas revoluciones educativas, van de mal en peor y la ansiedad y el aislamiento entre niños y jóvenes crece ¡y no se puede seguir culpando al Covid de todo lo malo que ocurre!
Aquí, la pregunta nos la hicimos hace ya años: ¿cuándo se olvidaron los maestros de cómo se enseña a un niño a leer?
El empeño en basarse y medir las competencias relegando los contenidos no ha resultado bien. Aquí insistimos cuando en otros países ya reculan.
Historia, matemáticas, literatura, física, lengua… lo básico es básico por alguna razón. Si nuestros alumnos siguen sin encontrar en la educación el motor de su crecimiento personal y social algún día nos lo echarán en cara: les estamos estafando. Somos la generación responsable de una educación escasa y mediocre.