El 7 de octubre de 2023 terroristas de Hamás atacaron en suelo israelí a los participantes del Festival por la Paz.
El resultado: más de 1,200 asesinados, cuerpos eviscerados, mujeres y niñas violadas, cientos de secuestrados incluidos bebés. La consecuencia: la respuesta rotunda de Israel que ha ido de la destrucción de Gaza (con miles de muertos) hasta una guerra con siete frentes. Desde los ataques de los piratas hutíes en Yemen al lanzamiento de misiles desde Irán, esa dictadura religiosa que protege a Hamás y a Hezbolá. Y de nuevo, la guerra en el Líbano, que no contra el Líbano.
Se discute si la respuesta es proporcional cuando la cuestión de fondo es si Israel tiene derecho a existir en el territorio que las Naciones Unidas delimitaron en 1948. Para Egipto, Marruecos, Qatar, Arabia Saudí… sí. Para las dictaduras más integristas… no. Y más, si un Estado tiene derecho a defenderse cuando es atacado como lo fue Israel hace un año. ¿Qué es proporcional cuando detrás de los terroristas está Irán, una potencia nuclear? En el año transcurrido ha resucitado el antisemitismo más virulento, en esta ocasión barnizado con el espíritu de una izquierda internacional muda cuando se trata de enfrentarse a los usos del integrismo musulmán.
Israel es el único país de la zona en el que los que protestan en las universidades élite de EE.UU. o las plataformas LGTBI occidentales que le adversan, podrían vivir libremente. El único país en la zona en el que las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres y en el que las diferentes religiones pueden convivir.
El balance de esta guerra es desolador y cruel. Nadie puede decir lo contrario. Pero no la debe ganar la barbarie yihadista.