¿Cómo se produjo? ¿Cuáles acontecimientos nos condujeron hasta aquí? ¿En qué momento fue que el tránsito se sumergió en el más profundo y absoluto caos? Pero sobre todo ¿Algún día podremos salir de este infierno que condiciona el tiempo y reta como nada la salud mental y emocional de los dominicanos?
Y es que el desorden con que opera el tránsito vehicular en este país es algo absolutamente impresionante. A cualquier hora, en cualquier intersección, calle o callejón, carretera o avenida, de cualquier punto, en cualquier ciudad, no sólo se producen cualquier cantidad de infracciones a todas las leyes y normativas que regulan el tránsito vehicular, también se inobservan olímpicamente las más elementales conductas cívicas que sustentan la convivencia pacífica entre ciudadanos.
Los motoristas se han convertido en una plaga que no respeta nada. No obedecen un solo semáforo o señal de tránsito, circulan como les venga en ganas, en vía contraria, sobre las aceras, sin cascos protectores y con cualquier cantidad de pasajeros, sin luces delanteras ni traseras, sin seguro y sin matrícula. Y cuando se apiñan en alguna intersección, a la primera oportunidad, con o sin luz verde, saltan cual enjambre de langostas dispuestos a devorar todo a su paso.
Pero el caos no es exclusivo de estas fieras motorizadas, es generalizado. Aquí nadie cumple con nada. La gente deja sus vehículos donde les venga en ganas. En calles estrechas se estacionan en ambos lados haciendo imposible la circulación, y sin importar si obstaculizan una calle o la entrada a un comercio o vivienda. No se respetan las limitaciones en túneles y elevados, ni carriles exclusivos o giros restringidos. Y parecería que obstruir las intersecciones debajo de los semáforos es un deporte nacional.
Iglesias, comercios, colegios, colmados o venduteros, cualquiera toma impunemente los espacios públicos sean estos aceras, calles, carreteras o avenidas. Los transeúntes no utilizan los cruces ni puentes peatonales y se lanzan a las vías en cualquier lugar sin importar los riesgos. Los agentes supuestos a imponer el orden ignoran todas estas flagrantes infracciones y en su lugar se dedican a complicar el tapón sustituyendo los semáforos. Mientras que transitar por carreteras y avenidas se ha convertido en una especie de deporte extremo en el que se arriesga la vida, gracias los desaprensivos conductores de autobuses, camiones y patanas.
Un desorden del que todos tenemos algún grado de culpa, pero cuya mayor responsabilidad recae sobre las sucesivas autoridades gubernamentales que han ignorado el problema hasta verlo convertirse en este cáncer que hizo metástasis en todo el cuerpo nacional. Con una gravedad que se expresa en ese vergonzoso liderazgo mundial que ocupamos en muertes por accidentes de tránsito.
Este problema no se puede seguir ignorando. La sociedad en su conjunto debe asumir su abordaje como asunto prioritario. Políticos de gobierno y oposición, empresarios, lideres sindicales y comunitarios, medios de comunicación. Todos.
Pero más que nadie el Presidente Abinader, quien quiere marcar su legado en este cuatrienio. Y encauzar una solución definitiva al anárquico tránsito en República Dominicana, despertaría mucho más agradecimiento y recordación que algunas de esas reformas que planea implementar.