Por estos días ando en Medellín, Colombia, es un evento sobre la desinformación y la manipulación en la era digital.
Es un tema pertinente, pues la desinformación se ha convertido en uno de los mayores dolores de cabeza actuales, exacerbados por el auge de las redes sociales y la rapidez con la que circula la información.
A medida que el acceso a las plataformas digitales se ha “democratizado”, cualquier tonto con una conexión a internet puede difundir contenido sin la rigurosidad que implica el periodismo profesional y generar todo tipo de problemas. Esto ha dado lugar a una sobreabundancia de noticias falsas que generan confusión y polarización en la sociedad.
Uno de los principales peligros de la desinformación es su capacidad de erosionar la confianza en las instituciones. Cuando los ciudadanos no saben en qué medios o fuentes confiar, se genera una crisis de credibilidad que amenaza a la democracia. El cuestionamiento de datos verificados y la proliferación de teorías conspirativas alimentan un ambiente de incertidumbre que puede llevar a la radicalización, lo cual se ha visto en elecciones en varios países, donde la desinformación ha jugado un papel central en la manipulación de votantes.
Otro desafío es la rapidez con la que se esparcen las noticias falsas. Estudios han demostrado que la desinformación viaja mucho más rápido que las noticias verificadas, principalmente porque apela a emociones fuertes, como el miedo, la ira o la sorpresa. Este fenómeno dificulta la corrección y la reorientación del debate público hacia hechos verificables.
Además, la desinformación tiene implicaciones tangibles y graves en temas como la salud pública o la seguridad. La pandemia de COVID-19 fue un claro ejemplo de cómo la desinformación puede poner vidas en peligro, al propagar mitos sobre tratamientos falsos o cuestionar la eficacia de las vacunas. En otros contextos, la desinformación también ha exacerbado conflictos bélicos y tensiones sociales.
Enfrentar este fenómeno requiere un esfuerzo conjunto de los gobiernos, las plataformas tecnológicas y los medios de comunicación, a través de políticas más estrictas, educación mediática y el fortalecimiento del periodismo de calidad. Solo así podremos mitigar los efectos destructivos de la desinformación, que cada día nos traga más.