La muerte violenta de Trujillo no solo sorprendió a Washington, sino también a Henry Dearborn, a la sazón cónsul norteamericano en República Dominica, quien además fungía como enlace de la CIA, toda vez que el personal de esta agencia había sido retirado del país a raíz de las sanciones económicas y diplomáticas impuestas por la OEA en 1960.
El 30 de mayo de 1961, cerca de la media noche, Andrés Freites se comunicó telefónicamente con el cónsul Dearborn y le confirmó la noticia del atentado contra Trujillo, cosa que el diplomático ya sospechaba debido a que, al salir de un encuentro social en el Country Club, notó un inusual movimiento de soldados en la ciudad. Poco después Dearborn cablegrafió al Departamento de Estado, y a la CIA, a través de su canal radial, confirmando el asesinato de Trujillo.
Por coincidencia, el presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, llegaba a París, Francia, en visita oficial y fue allí donde recibió la noticia dando cuenta de la muerte de su viejo aliado en una emboscada. En la mañana del 31, Pierre Salinger, secretario de prensa de la Casa Blanca, no tomó en cuenta la diferencia de horas entre Francia y República Dominicana, y se refirió públicamente al complot contra Trujillo cuando todavía las autoridades dominicanas no habían divulgado la trágica noticia.
En esos días Ramfis Trujillo también estaba en París, y el departamento de Estado temió que este pensara, como en efecto ocurrió, que de alguna manera los Estados Unidos estaban vinculados a la conspiración. Pero ya Ramfis sabía que algo grave había sucedido en su país y decidió regresar cuanto antes. Así, el mismo 31 de mayo alquiló un jet de Air France y viajó a Santo Domingo para tomar control de la situación.
¿Fueron los Estados Unidos responsables de la muerte de Trujillo? No de manera directa, pero como estuvieron relacionados con uno de los grupos del complot, su respaldo fue más bien simbólico. El magnicidio fue, pues, resultado de una acción intrépida y heroica que los hombres del 30 de mayo acometieron por su propia iniciativa, sobre todo después que sus contactos norteamericanos les sugirieran posponer el plan tiranicida.
Ahora bien, una vez muerto Trujillo, los Estados Unidos no podían permanecer indiferentes ante la nueva coyuntura, de suerte tal que, con el fin de evitar que el poder político en Santo Domingo terminara controlado por sectores de orientación castrista, entraron en acción de inmediato.
No obstante, en algunos círculos norteamericanos prevaleció la idea de que Estados Unidos tuvo algún grado de responsabilidad en la muerte de Trujillo. En 1964, en el curso de un encuentro con periodistas, el presidente Lyndon B. Johnson, al referirse a la participación de Estados Unidos en el asesinato de algunos líderes políticos extranjeros, como Ngo Ding Diem, primer ministro vietnamita, y Rafael Trujillo, de República Dominicana, hizo esta revelación estremecedora: “Nosotros los liquidamos”.
John Bartlow Martin, quien fue el primer embajador norteamericano en el país luego de desaparecido Trujillo, contradijo esa percepción de Johnson tras sostener que “la mejor evidencia de que nosotros no fuimos los que asesinamos a Trujillo es que el presidente Kennedy nunca me dijo que nosotros lo hicimos”. Cierto es que no lo hicieron, pero supieron adaptar sus intereses al nuevo escenario que produjo la muerte de Trujillo.