En el debate presidencial del 27 de junio entre Donald Trump y Joe Biden, el primero tuvo una de las peores presentaciones que haya tenido candidato alguno en los debates presidenciales en Estados Unidos, la cual pasó desapercibida porque la del segundo fue todavía mucho peor, al punto que se convirtió en el detonante de su salida de la competencia electoral. En cambio, en el debate entre Trump y la candidata demócrata Kamala Harris la noche del 10 de septiembre en el National Constitution Center en Filadelfia, el candidato republicano no tuvo margen alguno para “salirse con la suya” y esconder sus grandes deficiencias de carácter, estilo y contenido.
El contraste entre los dos candidatos en el primer y, probablemente, único debate entre ellos fue notorio desde el principio al fin. Mientras Harris mostró una excepcional disciplina, una gran preparación para la ocasión, una memoria envidiable, un lenguaje corporal propio de una experimentada actriz y un sentido de oportunidad para traer frases cautivantes y puntillosas, Trump se mostró molesto, agresivo, repetitivo, incapaz de terminar coherentemente una frase, sin contar las mentiras y las exageraciones que dijo cada vez que tomaba la palabra. Si algo quedó claro fue que Harris llegó a ese debate con el propósito de sacar de casillas a Trump y provocarlo para que mostrara sus peores instintos, lo cual logró más fácil de lo que sus asesores y ella misma tal vez pensaron. Eso suele suceder con las personas egocéntricas y narcisistas, como el caso de Trump, que son incapaces de tomar con calma y compostura cualquier cosa que se diga de ellas.
A todas luces, Harris proyectó una imagen mucho más presidencial y con más seguridad personal que Trump, quien es un veterano en estas lides por ser el candidato que más ha participado en debates de este tipo. Sin duda, él también mostró algunas de las habilidades que lo han colocado donde él está, como su capacidad para responder rápido, atacar al contrario en términos personales, desviar la atención a lo que él le conviene y crear imágenes apocalípticas para generar miedo y desconcierto en segmentos de la población. No obstante, esta vez las cosas no le salieron bien. Su obsesión con la idea de que él es un hombre fuerte que inspirará temor en los contrarios lució desfasada y ridícula, al punto que Harris se sintió cómoda en decirle que él es un líder débil a quien Putin comería de almuerzo. Inesperadamente, quien lució fuerte y en comando de la situación fue Harris, quien habló de temas militares y de seguridad con una fluidez que debió de sorprender al propio Trump.
La pregunta, entonces, es: ¿por qué razón la competencia sigue siendo tan cerrada cuando las cosas parecen favorecer, por mucho, a la candidata demócrata? La primera razón, de la cual se ha hablado bastante, es que Estados Unidos se encuentra en un momento histórico de extrema polarización, por lo que los votantes trumpistas no cambiarán su opinión ante nada que le presente el campo opuesto, lo mismo que los votantes demócratas tampoco serán atraídos por nada que le ofrezca Trump, de ahí que las elecciones estén más o menos definidas en alrededor de cuarenta y tres Estados de los cincuenta que tiene ese país. Al final, los resultados dependerán de lo que suceda en Estados que en tiempos recientes se han movido de un lado hacia otro, como Pensilvania, Wisconsin, Michigan, Georgia, Nevada, Arizona y Carolina del Norte, aunque siempre puede haber sorpresas. Los votos de los independientes, indecisos y republicanos no trumpistas serán decisivos para mover la balanza hacia un lado u otro.
Otro factor que explica la fortaleza de Trump es que este ha transformado el Partido Republicano en una organización personalista, arropado por un movimiento, político-cultural populista que lo tiene a él, y sólo a él, como líder y guía. Este partido se ha convertido en una especie de culto cuasireligioso en el que sus seguidores fanatizados no ven los defectos de sus pastores, como suele suceder en las megaiglesias que tanto proliferan en Estados Unidos.
Cuatro ideas fundamentales sustentan el movimiento populista trumpista que ha logrado un gran arraigo en amplios segmentos de la sociedad estadounidense: una, el nativismo étnico-racial (superioridad de los blancos); dos, el proteccionismo económico (altas tarifas para que la industria local pueda prosperar y terminar con el supuesto aprovechamiento que otros países hacen del mercado estadounidense); tres, el aislacionismo internacional (que cada quién cargue con sus problemas); y cuatro, la supremacía judeo-cristiana frente a otras religiones (apoyo crucial de los evangélicos blancos y el fuerte tono antisemita en sectores de la coalición trumpista). Estas ideas tienen un sustrato histórico, social y cultural en Estados Unidos que Trump, hábilmente, ha utilizado para construir su proyecto político, a pesar de que su trayectoria de vida -socialmente elitista, mercantilista, licenciosa y trotamundista-, no tiene nada que ver con ellas y mucho menos con las formas de vidas de sus fieles seguidores, la mayoría de los cuales es rural, religiosamente conservadora, trabajadora, ajena a los fenómenos globales y centrada en su entorno local.
En el campo opuesto, liderado ahora por Harris, hay una compleja y heterogénea coalición de fuerzas sociales que incluye desde los grupos más radicales del Partido Demócrata hasta sectores más conservadores, pasando por amplios segmentos de afroamericanos, latinos, otros grupos étnicos, mujeres, jóvenes, sindicatos, la comunidad LGTB y una parte importante de las élites empresariales e intelectuales blancas. Harris apeló a todos esos sectores en su discurso en la convención del Partido Demócrata, al punto que en ningún momento mencionó el nombre de su partido, pues ha entendido muy bien que la única manera que tiene de ganar las elecciones es si logra expandir su base electoral para crecer entre los republicanos tradicionales marcados por el liderazgo de Ronald Reagan. No es casual el énfasis que ella ha puesto en los temas internacionales, defensa y seguridad, así como en el papel de liderazgo que Estados Unidos está llamado a desempeñar en el mundo, ideas que atraen al cada vez más pequeño segmento reaganista del Partido Republicano
Ese es el contexto de la polarización política en Estados Unidos, en el que los movimientos del electorado hacia uno o otro lado son milimétricos y no en grandes oleadas. Por tal motivo, independientemente de los momentos estelares que, para sorpresa de muchos, Harris ha tenido en su corta campaña presidencial, lo cierto es que la competencia de cara a las elecciones del 5 de noviembre se mantendrá cerrada hasta el final. Sin duda, el debate no le hizo nada bien a Trump y ayudó mucho a Harris, pero ese es un episodio que, si bien no puede subestimarse, hay que verlo en un contexto político y estructural más amplio en el que operan las dos grandes coaliciones políticas que se enfrentan en esta coyuntura electoral en Estados Unidos.