Cotidianamente se escuchan los improperios más mordaces en su contra. Las descalificaciones suelen ser emotivas o prejuiciosas. Conservar moral para tolerar tantos insultos revela alguna dignidad en sus filas. Aunque me exponga al linchamiento público, proclamo sin bochorno mi honor a la Policía Nacional.
A pesar de su reciente incremento salarial, un cabo gana un poco más que un mensajero privado y se acomoda a ese jornal sin resabios. Su servicio no tiene horas ni condiciones. ¿Dónde encontrar a un policía chofer, mensajero, jardinero, conserje, recepcionista, sirviente, proxeneta y hasta sicario? ¿En qué lugar del mundo un funcionario de tercera categoría, un exoficial retirado o un empresario vinculado al Gobierno tienen a su servicio uno o más policías? El llamado Departamento de Protección de Dignatarios de la Policía Nacional gestiona una nómina de más de seis mil miembros para guardarle la espalda a todo tipo de gente dentro y fuera del Estado.
Van y vienen gobiernos y la Policía Nacional sigue atada a las mismas “soluciones”. En realidad, son analgésicos que calman el dolor, pero no atacan las causas. Abordar la delincuencia precisará del tiempo que la institución ha perdido y de la determinación que ningún gobierno ha empeñado.
Al policía dominicano, casi analfabeto por definición, se le demanda un comportamiento escandinavo, cuando a duras penas ha podido rebasar las breñas de su origen para aceptar un oficio socialmente despreciado. Ese mismo policía, parido y criado en los nichos de la delincuencia, es el que, por deber, la tiene que combatir sin excesos y según los estándares del primer mundo.
¿Cuántos dólares exigirían nuestros genios de la opinión para hacer el trabajo de un policía por un día? Salir a la calle nublada de sombras y muerte, sin más pertrecho que un arma/celular o enfrentar, con la rabia del hambre, las hordas del crimen para luego ser expulsado por cualquier denuncia en las redes sociales, no es para cualquier hombre.
Desde su fundación, la Policía Nacional no ha hecho un paro, una huelga ni una protesta, derechos ejercidos rutinariamente en otros contextos aun con más bajos niveles institucionales.
¿Cuántos recursos se derrochan en proyectos inorgánicos mientras las reformas que precisan las instituciones básicas languidecen en la desidia? ¿Cuántas dependencias afuncionales cuentan con presupuestos desproporcionados frente a otras? Todo lo que se pueda hacer a favor de la Policía Nacional es insuficiente.
He propuesto que la nueva policía se forme en paralelo, como una incubadora de gestación a partir de otra visión. Esa que reúna las comprensiones más avanzadas de los nuevos tiempos. Más que una formación militar al viejo modelo, el nuevo policía se debe capacitar como un sujeto civil con entrenamiento policial al margen del carácter de cuerpo armado que la Constitución le da en el artículo 255. La institución debe convertirse en un servicio de protección social con igual respeto que el que inspira el magisterio.
Mientras esa generación de nuevos policías se forme, se deben mejorar las condiciones de trabajo, seguridad, capacitación y entrenamiento de la vieja al tiempo de implementar las adecuaciones de sus estructuras organizacionales y operativas.
Igualmente he sugerido que la nueva policía se inserte en el cuerpo cuando se modifique la Ley Orgánica de la Policía Nacional, sobre todo en lo que respecta al cambio del mando vertical por otro horizontal. Eso significa dividir al país en cuatro o cinco departamentos regionales autónomos. Esta configuración administrativa evitará la concentración de los recursos y las decisiones en una sola dirección, condición que ha generado corrupción e inequidad en la asignación presupuestaria, así como en la contratación del personal policial. En ese esquema, el Consejo Superior Policial seguirá siendo el órgano de dirección institucional y normativo de la Policía Nacional y asumirá la coordinación general de los departamentos regionales a través de un director ejecutivo. Tan pronto termine el ciclo de preparación del personal de mando, técnico y operativo de la nueva policía, se le asignará la gestión de uno de los departamentos regionales creados para que sirva de modelo para implementar en los demás, según evaluación metódica de resultados.
La descentralización es sana e implica la desconcentración de funciones administrativas sensibles a favor de órganos independientes adscritos al Consejo Superior Policial, como son las de compras y contrataciones públicas, fuente histórica de corrupción.
No debemos esperar milagros; hay que contar con esa policía: la que hoy nos avergüenza, la que precariamente nos protege y la que ha convertido su supervivencia en una callada proeza. Mientras, ayudémosla a exigir lo que la insensibilidad política le ha negado. Sin orden no hay seguridad; por más teorías que importemos e ilustres académicos que nos mareen, la Policía es la garantía de ese orden.
Más que una formación militar al viejo modelo, el nuevo policía se debe capacitar como un sujeto civil con entrenamiento policial al margen del carácter de cuerpo armado que la Constitución le da… La institución debe convertirse en un servicio de protección social con igual respeto que el que inspira el magisterio. Mientras esa generación de nuevos policías se forme, se deben mejorar las condiciones de trabajo, seguridad, capacitación y entrenamiento de la vieja