Hemos logrado construir un sistema de organización política tan peculiar que encabezamos los índices latinoamericanos en clientelismo. Hueco por dentro. Democracia a la dominicana. Lo acaba de confirmar la Encuesta de Cultura Democrática, un ejercicio en transparencia y responsabilidad del Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo (MEPyD), por vía de su Viceministerio de Análisis Económico y Social.
Antivalores democráticos como el patrimonialismo de Estado, la corrupción administrativa y la discriminación por preferencia sexual, género y origen étnico prevalecen en nuestra cultura social y norman el comportamiento ciudadano. La mayoría de los dominicanos tolera la corrupción bajo el pretexto de que es una “contribución para solucionar problemas”. Como expresa sin tapujos el análisis del MEPyD, “la permisividad con la corrupción afecta la gobernanza democrática, crea en el largo plazo un círculo vicioso donde la normalización del incumplimiento de las leyes malogra las medidas anticorrupción y exacerba la desconfianza en autoridades e instituciones políticas”.
Para mayor sonrojo, el 66 % de la población dominicana, sí, de este país, está de acuerdo “en si un familiar o amigo cercano gana un cargo político debe ayudarlo a conseguir un empleo o un contrato público, es decir, debe privilegiarlo con respecto a quienes no son cercanos”. El 80 % patrocina que los puestos públicos sean para quienes hicieron campaña. Validados el nepotismo y la repartición del Estado entre los activistas políticos y miembros del partido en el poder.
Ahora entiendo en toda su dimensión la respuesta de un presidente dominicano cuando le pregunté, acongojado, por qué cerraba los ojos ante el clientelismo si por formación y compromiso electoral lo rechazaba: “Aníbal, no creo en el clientelismo ni lo quiero fomentar: ¡Me lo exigen!”