Introducido el proyecto de reforma constitucional, la conversación pública se ha concentrado más en aspectos de procedimiento que de fondo. El “no es importante ahora” fracasa en esconder la falencia del argumento: subordina la pertinencia a lo circunstancial.
Importa, y mucho, toda reforma que fortalezca las instituciones y asegure la convivencia. Les hemos restado precedencia a otros cambios y es un error. Porque también la contención del gasto público, reestructuración de los tributos y modificación de la arquitectura del Estado y el sistema de pensiones, entre otros, necesitan el máximo de la atención ciudadana.
Esta administración podría pasar a la historia inmediata como la gran reformadora. ¿Atrevimiento, osadía, valentía? Indispensables, tanto como dejar de lado esos pecados clientelistas que afean las decisiones oficiales, tales los pagos a los partidos de alquiler y la razón de la militancia política en la selección de las cabezas de los puestos claves. Eso de gobernar para todos los dominicanos siempre ha sido aquí una broma.
Si de disminuir la carga del Estado se trata, cómo no asombrarse frente a malhadados intentos de lastrar aún más las finanzas públicas con divisiones antojadizas del territorio y canonjías. Ese proyecto de otorgar una pensión a los alcaldes con solo cumplir un periodo huele a irresponsabilidad fiscal. También retrata el talante de algunos legisladores, ignorantes de la realidad de la república y de que los privilegios atentan contra principios constitucionales básicos.
Que al Estado se va a servir caducó como motivación nacional tiempo ha. Reponer esas nociones de buena ciudadanía entra en el paquete de reformas prioritarias, aunque no tan visibles. Ocupar una posición electiva es un honor, no un premio o una recompensa. Acometamos sin demora la reforma de las mentalidades.