Ser observador en unas elecciones organizadas por una dictadura no es tarea de la que se vaya a salir muy airoso. Así, Rodríguez Zapatero y otros observadores que se entienden cercanos a Maduro se han escaldado en este viaje. El turismo electoral es siempre entretenido y en términos de reputación… redituable. Pero eso ocurre cuando lo que se observa son unas elecciones normales. O sea, en democracia.
La diferencia por el momento es que el ex presidente dominicano Leonel Fernández rectificó a tiempo y se sumó a las voces que pedían al CNE venezolano la publicación de las actas y del ex presidente español no se ha vuelto a saber nada.
Nada literalmente. Ni una palabra.
España es el puente natural -por idioma, historia y vínculos profundos- entre Latinoamérica y el mundo. España se posicionó contra las dictaduras militares de Chile y Argentina y durante los primeros gobiernos de la democracia española fue un interlocutor indispensable.
Ahora, el papelazo de Zapatero y el indisimulado apoyo que tiene de los aliados del gobierno de Pedro Sánchez y del propio PSOE no colocan a España en la mejor posición. Aunque haya firmado la Declaración de Santo Domingo.
La situación en Venezuela, ya lo advierten algunas voces, lleva camino de enquistarse. Maduro, dirigido por la inteligencia cubana, tiene el control de la fuerza, ningún escrúpulo en usarla y nula intención de irse.
Los demócratas siempre están en desventaja ante los dictadores y necesitan apoyo (de todo tipo) de la comunidad internacional. Ahí están Nicaragua y Cuba para ver cómo la indulgencia -complicidad sería un término más adecuado- regional ha permitido la cronificación de las tiranías. Pero lo que pasa en Venezuela no se queda en Venezuela.